ANÁLISIS DE DEPORTES
Piterman o el mafioso patético
Por Roberto J. Madrigal
3 min
Deportes15-01-2006
Aunque en el fútbol, como en la mayoría de los negocios, se va imponiendo el sentido común, los viejos vicios se resisten a desaparecer. Si muchos clubes apuestan por sanear sus modelos y crear estructuras sólidas y arraigadas en la sociedad, otros terminan cayendo en manos de auténticas redes mafiosas. Entiéndase por mafia, en este punto, la tercera acepción del Diccionario de la Real Academia (DRAE): el “grupo organizado que trata de defender sus intereses”. Cuando el Alavés lo presidía Gonzalo Antón y lo entrenaba José Manuel Esnal, Mané, y se llegó al exitazo que fue la vibrante final de la Copa de la UEFA contra el Liverpool de hace cinco temporadas, Vitoria tocó techo. Antón quiso buscar el apoyo de instituciones y empresas para consolidar el club, pero sólo lo consiguió a medias. Por eso, cuando optó por dar por concluido su ciclo y pasar al segundo plano –que ser presidente y cumplir las obligaciones del cargo también es duro–, nadie quiso tomar el relevo. En esas coyunturas, como en su día pasó también con el Racing de Santander, del que hasta hace poco tuvo que asumir su propiedad el Gobierno de Cantabria, existen listillos que ven la oportunidad de salir en la foto, pero que no son capaces de respetar un proyecto y arraigarlo en una ciudad, en su gente. La última perla de Dimitri Piterman tiene traca: justificar el cambio de un entrenador, o más bien ese mandado que se sienta en el banquillo como simple marioneta, y decir que se lo cambia por cambiar. Impresiona –entiéndase la fina ironía– la coherencia del payaso ucraniano en su proyecto. Y encima, que Chuchi Cos sea tan poco disimulado de decir que está de acuerdo con su destitución, para seguir chupando del bote a sueldo del que paga en el organigrama técnico. Por si no había quedado claro anteriormente, la directiva del Alavés no es de un tiempo a esta parte más que una casa de putas. Así sucede gracias a Piterman, ese empresario que llegó a España como tipo excéntrico y forrado que llegó con ínfulas y salió rebotado del Palamós, primero, y luego del propio Racing. La sucesión de payasadas –“acción o dicho propio de payaso, acción ridícula o falta de oportunidad” (DRAE)– lo ha terminado poniendo en su sitio: un tipo egocéntrico, de ésos encantados de conocerse a sí mismos, que tan pronto utiliza a los periodistas para ventilar trapos sucios como los censura si dicen lo que pasa en el vestuario. El que se pica, ajos come. Es penoso, sin embargo, que alguien crea que por tener una cuenta corriente de muchos ceros puede llegar de mesías a un club para hacer de su capa un sayo. La libertad de empresa que existe en la cultura norteamericana es muy distinta de las responsabilidades sociales, societarias, que se exigen en la Vieja Europa. Dirigir un equipo profesional tiene muy poco o ningún parecido con los manager que proponen los videojuegos, y para llegar de presidente a un club y querer hacer las alineaciones… hace demasiado tiempo que el fútbol cambió. Piterman hubiera podido y debido presentarse al curso de entrenador para tener el título y no recurrir al esperpento de tener que acreditarse como fotógrafo, utillero, delegado… Pero no se puede esperar sentido común de alguien que no tiene como principios la gestión de una institución y sus valores, por mucho que algunos pelotas digan que es bueno que haya gente que aporte espectáculo comparando su caso con el de otras rapaces que sólo llegan al fútbol para hacer dinero. También se le puede comparar con aquellos que van de niño en el bautizo, novio en la boda y muerto en el entierro, y que son como el caballo de Atila: allá por donde pasan sólo dejan el desierto tras de sí.
