SIN ESPINAS
Mi pariente móvil
Por Javier de la Rosa2 min
Opinión25-12-2005
El móvil tiene una clara presencia en nuestra vida cotidiana. Tanto, que podríamos decir que nos tiene alienados. Esa presencia se manifiesta de manera especial en las navidades, cuando se envían millones de mensajes para felicitar estas fiestas. De hecho, todos los años es noticia el récord de mensajes enviados en Nochebuena y en Nochevieja e incluso los noticieros, como si de un ejercicio preparatorio se tratara, nos dan consejos prácticos para evitar los colapsos de las líneas. Pero ya sea por “h” o por “b” y aunque uno haya enviado sus mensajes con antelación, la mesa familiar en la cena de Navidad se convierte en una de las antiguas centralitas de telefónica. Estoy seguro de que se habrá repetido en millones de hogares españoles esta situación: que no dejaran de llegar mensajes a todos los familiares que conformaban esa mesa. Lo peor no es eso, sino que seguro -seamos realistas- que pocos se resistieron a contestarlos incluso durante la cena. Resultado final: la capacidad de atención a la familia y a la propia cena seguro que quedó muy mermada. La estupidez consiste en que se supone que uno manda esos mensajes por una necesidad de comunicación inherente en el ser humano. Sin embargo, por expresar un recuerdo a los amigos se olvida de atender como se merece a los familiares que tiene presentes y que se reúnen todos juntos con él en estas ocasiones tan especiales. Es como cuando uno queda con un amigo y éste no para de contestar al móvil. A uno le dan ganas de haberle llamado por teléfono para tener prioridad y poder tener una conversación con él. Lo admitamos o no, porque muchas veces se presenta de manera sutil, estas nuevas tecnologías -ordenadores, consolas, móviles- se unen a la televisión con su poder de atracción para atraparnos con sus adictivos tentáculos. Y no se libran niños ni mayores. Desde los ejecutivos que tienen que acudir a terapias para desengancharse de la Playstation hasta los niños que le envían un sms al compañero que está en la otra punta del patio del recreo para preguntarle qué tal está. Comunicación o adicción, que la relación con nuestro pariente móvil no acabe con la del familiar de corazón.