ANÁLISIS DE DEPORTES
La culpa no sólo es del entrenador
Por Roberto J. Madrigal3 min
Deportes06-11-2005
Después de dos meses de temporada, la guillotina ha caído sobre los primeros entrenadores. El Athletic prescindió de José Luis Mendilíbar a costa de desmoronar, por la buenas, un proyecto que debía durar al menos dos temporadas. La culpa no parece del técnico, el mismo que llevó al Éibar a las puertas del ascenso: habrá que ver si el buen recibimiento a Javier Clemente no se convierte más adelante en una protesta fundada a Fernando Lamikiz, en un club que ya en otras ocasiones se ha dado de bruces al traer a un técnico de la casa que triunfa fuera, como sucedió en su día con Txetxu Rojo. Tres cuartos de lo mismo sucede con Miguel Ángel Lotina, un buen entrenador y gran persona que se ha estrellado con la resaca amarga del éxito. Llevar al Celta a la Champions y al Espanyol a la UEFA no le ha servido para ganarse a los vestuarios de nuevos ricos que se olvidan de trabajar duro. La directiva perica, con Daniel Sánchez Llibre al frente, ha quedado muy dañada después de comparecer para anunciar, sin decirlo, que se mantiene en su puesto porque no habían encontrado sustituto. Poco tardará en despedirlo, aunque al de Meñaka, seguro, no le faltarán ofertas. Por mucho que cueste menos despedir a un entrenador que a veinte futbolistas, y por mucho que no todos los casos sean iguales, lo más sangrante es para muchos jugadores el día más importante de sus carreras es aquel en que firman la mejora de sus contratos. La denuncia de Roy Keane, por ampollas que levante, no está exenta de razón. En estos detalles resulta patente la poca profesionalidad de los clubes. Si pueden más en una decisión las prisas, los apoyos de la directiva, la influencia de los representantes y agentes y las prisas que el mismo proyecto deportivo, es que algo no funciona. Un sustituto no resuelve nada si no se solventa cómo mantener o crear ese proyecto. Valga como ejemplo un Villarreal que ha seguido evolucionando pese al paso en el banquillo de Víctor Muñoz, Benito Floro y Manuel Pellegrini. A menudo, incluso, un descenso resulta más beneficioso que el miedo para podar la estructura y fortalecer anímicamente a un equipo. Pero las valoraciones, aunque se diga, no se hacen a final de temporada: puede más el afán de los directivos por no ser criticados. Así que los ya extendidos contratos por objetivos deben dar un paso más: por un lado, vincular no sólo a los jugadores, sino también al entrenador y a los mismos directivos, que a menudo se otorgan unos sueldos desorbitados para su función. Para fomentar la profesionalidad de muchos de los que se creen divos y se hacen pasar por futbolistas, pocas cosas hay mejores que tocar la fibra sensible del sueldo. Aunque positivamente se fomenta la entrega y los resultados, en un sentido negativo también se debe valorar el papel individual de cada jugador en la actitud y las crisis del equipo, que a menudo son factores que precipitan el cese del entrenador de turno. Tampoco las cláusulas para despedir a un jugador por bajo rendimiento –sujetas a una medición objetiva con variables bien determinadas– son ninguna novedad. El siguiente paso es liberar el mercado de fichajes y permitir que un jugador pueda ser despedido o cambiar libremente de equipo. Otro gallo cantaría, seguro.