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SIN ESPINAS

Frágil dureza

Fotografía

Por Javier de la RosaTiempo de lectura1 min
Opinión13-02-2005

Un inmenso edificio quemado y destruido por un simple cortocircuito. ¡Que paradoja! ¿Verdad? Allí estaba, en llamas como el coloso, después de haberse erguido señorial sobre el cielo de Madrid. Todo el mundo querrá saber las causas de su destrucción pero la realidad, lo que importa, es que ya no queda nada de él. Que ha sido abatido, que tendrá que ser enterrado y reconstruido de nuevo. Como las Torres Gemelas, el edificio Windsor parecía inexpugnable; asentado con soltura en el centro de la capital del Reino, Pero lo cierto es que ya no está. Muchas veces las personas somos como grandes edificios que se levantan sobre sus pies y enderezan su vida metidos en un duro armazón que les protege. Y, sin embargo, de la noche a la mañana se precipitan sin remedio hacia el oscuro pozo de la depresión. Toda su fragilidad escondida durante años bajo esa cáscara gruesa, sale a relucir y la deja a la intemperie. Esto ocurre más en estos tiempos en los que casi nadie comprende a nadie y en los que casi nadie quiere comprender. Miles de personas anónimas se desploman cada día sin que el mundo les dedique un telediario. Nadie se ocupa de restaurarlas, de invertir en ellas mientras, abrasadas por la presión y los problemas diarios, terminan por romperse en añicos. ¿Por qué vivimos en el mundo al revés donde miles de jóvenes en Holanda, Francia, Suecia o Japón, entre otros, se tiran por la ventana al atisbar el abismo o quedan por Internet para marcharse juntos de este mundo? No digo que no sea espectacular lo del edificio en llamas, pero hay muchas personas quemadas por la vida que necesitan toda esa atención.

Fotografía de Javier de la Rosa