ANÁLISIS DE LA SEMANA
Las migas del Estado
Por Gema Diego2 min
Economía06-02-2005
Si es cierto que una economía excesivamente liberalizada termina destrozando la libertad del individuo, no lo es menos que un estado excesivamente intervencionista ahoga la economía. En el libro El viaje del profesor Caritat, de Steven Lukes, el protagonista visita un país, Libertad, donde el liberalismo ha sido llevado hasta su máxima expresión. Todo el mundo es libre, por supuesto, pero sólo es libre para tener, y su libertad está condicionada por el dinero que posee para cumplir esos deseos de tener. En Libertad, existe la susodicha para talar árboles y construir allá donde a uno le plazca –siempre que uno tenga el dinero para hacerlo-, para trabajar en lo que uno quiera –dentro de un espléndido abanico de posibilidades que incluye la de barrer un bar por cuatro de los antiguos duros- y para comprar las acciones de la empresa que se prefiera –puesto que el juego de la bolsa es la ludopatía por excelencia de Libertad-. Tratando de aunar todas las bondades del sistema liberal, resulta que las consecuencias malas y los perjuicios se acumulan. Se echa de menos la mano del Estado para que fije un precio del dinero, para que aporte estabilidad a los negocios que con él se hacen, para que vigile la inflación y el crecimiento y ayude a las empresas públicas que están pasando un mal bache a salir del hoyo. Pero donde sobra la intervención, donde son bochornosos los intentos de meter la cabeza de la maquinaria estatal, es dentro del ámbito privado de negocio de las empresas. Siempre que no se produzcan abusos, el Gobierno no debe inmiscuirse en las opas, compras e intercambios de participaciones, ni, por supuesto, tejer una red de amigos que atraviese las principales compañías nacionales para garantizarse el poder en todos los ámbitos, amigos a los que se les otorgan migajas –o grandes pedazos de pan- aquí y allá para que se queden contentos y sean siempre fieles. Porque, seamos prácticos: ¿de quién prefiere usted rodearse para trabajar? ¿Quiere usted rodearse de amigos de los que tenga que depender siempre en todas sus decisiones, a los que haya que dorar la píldora a todas horas? ¿O de un grupo de profesionales conscientes de hasta dónde llega su trabajo y dónde empieza todo lo demás?