CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Un dios llamado Democracia
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión30-01-2005
La democracia es un sistema político tan antiguo como las preguntas de Sócrates; y ya entonces demostró ser tan injusto e inhumano como cualquier otra forma de gobierno. La democracia no es un invento de la segunda mitad del siglo XX. Pero la segunda mitad del siglo XX, como denuncia Miguel d’Ors, cometió el más grave y humano de los errores -la idolatría- al endiosarla: “un hombre, un voto”. “Un drogadicto, un voto; un premio Nobel, un voto”. “Un loco, un voto; un cuerdo, un voto”. “Santa Teresa, un voto; Charles Manson, un voto”. Hasta ahí, discutible. Lo insostenible viene cuando, por una imperdonable extrapolación, la segunda mitad del siglo XX convierte la suma de votos en el camino de la verdad. Así, el capricho de la aritmética electoral hace buenas, verdaderas y bellas las políticas de unos o de otros. Llega a Iraq, estado laico por la gracia de Sadam, este nuevo dios llamado Demoracia y predicado por George W. Bush. “Escuchar la voz del pueblo” parece ser -ahora- el criterio último, el más noble, el definitivo, aun cuando no exista una madura y clara voz capaz de aunar e integrar voluntades. EE.UU. y Europa, ahora sí, juntos, ignoran conscientemente que la democracia sólo tiene sentido en sociedades avanzadas, con una importante clase media y con una madura convivencia acrisolada por años de estabilidad. También ahora, que votan juntos, la injerencia política en Iraq parece bendecida. La participación es alta; los asesinatos, los de siempre; el arco parlamentario quedará configurado; el presidente, elegido; y, técnicamente, habrá democracia. Si, además, el pueblo iraquí no se sale del guión ya escrito por otros, será una democracia relativamente estable. Cualquier manifestación popular, pacífica o no, fiel a costumbres, leyes o hábitos anteriores será considerada “terrorismo” y combatida con la ayuda de todos y la gracia de Bush. Una verdad, suma de los mensajes de todos, establecerá que el pueblo es libre y soberano, porque vota. Atrás, y justificados, quedarán los muertos. Y algunas conciencias dormirán tranquilas.