LA RÉPLICA
Controlar lo incontrolable
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes16-01-2005
Por fin terminó el Dakar más accidentado de los últimos tiempos, el de la maldición para los pilotos de motos: ningún ganador ha llegado al Lago Rosa. Aun así, antes de dejarse la vida en Mauritania, Fabrizio Meoni dejó varias perlas para la organización. Una de ellas lo fue por la sanción que le impusieron los comisarios al desviarse de la ruta marcada. Aunque luego rectificaron, al ver que no había mala fe, el italiano, un veterano en esto del Dakar, manifestaba que los tiempos de la navegación y de los aventureros, al estilo de Stéphane Peterhansel, habían dado paso al de las estrategias –muchos pilotos seguían al favorito para después atacar y sacar ventaja–, e incluso se permitía criticar a su compañero Ciryl Després, a la postre vencedor. Pero sobre todo, Meoni advertía del riesgo de que el rally se hubiera convertido en una carrera de velocidad: nunca se había ido tanto con el gas a fondo, porque lo importante era controlar los instrumentos de navegación para encontrar los puntos de control y la meta. Lo paradójico es que la muerte le llegó en un tramo más lento, tras un punto de control, cuando rodaba cerca de sus compañeros. Y aunque la organización dijo que se trató de un fulminante paro cardiaco, no deja de extrañar que a un piloto con la experiencia y la preparación física de Meoni le suceda algo así. De hecho, se llegó a decir que la causa del paro cardiaco fue la caída, que le provocó una fractura en el maxilar. Sea como fuere, el palo a la carrera ha sido indudable, aunque no deja de ser triste, hasta cierto punto, que los avatares de pilotos más modestos –con tanta calidad humana como el que más– no tengan la misma repercusión. Pero así es el rally: siempre habrá categorías, y mientras unos se conformen con llegar a la meta, otros se deben a unos patrocinadores y a intentar ganar a cualquier precio. La ley del desierto es así de injusta. Por cierto, otro de los debates sobre el que la organización tuvo que salir al paso era el de los accidentes ajenos a la carrera: dos motoristas que acompañaban a la caravana del rally fueron arrollados por un camión en Senegal, y una asistencia que ya no estaba en carrera se llevó por delante a una niña que se les metió debajo de las ruedas. El afán de los periodistas por engordar las cifras hace que debamos ser críticos y reconocer que el Dakar no puede estar pendiente de regular el tráfico en todos los países por los que discurre la carrera. Sería de locos. Pero si la esencia aventurera del rally no se puede recuperar, tal vez los directores de la carrera deberían llamar a las cosas por su nombre: que se proponga un recorrido determinado para poder garantizar la seguridad. Aunque nunca se sepa por dónde pueden salir los accidentes.