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ANÁLISIS DE LA SEMANA

La importancia de llamarse...

Fotografía

Por Isaac Á. CalvoTiempo de lectura2 min
Internacional09-09-2001

Un nombre es algo que nos imponen nuestros padres y que, sin embargo, marca el resto de nuestra vida. Nos diferencia. En cierto modo reafirma nuestra condición de individuo. Indica de dónde venimos, cuál es nuestra religión, dónde habitamos, qué idioma hablamos... Algo tan simple como un conjunto de letras, con más o menos sonoridad, marca si pertenecemos al primer o al tercer mundo, si hemos nacido en un país prospero o si por el contrario sobrevivir un día más, será nuestra principal preocupación. Parafraseando el título original de la obra del escritor irlandés Oscar Wilde La importancia de llamarse Ernesto la importancia de llamarse Byrne, Connor o Kelly puede significar tener que ir al colegio escoltado por la policía del Ulster bajo una lluvía de insultos y amenazas, por el mero hecho de ser católico y que tu colegio, por esas manías de la expansión urbanística, haya quedado en medio de un barrio protestante. Llamarse Hutchinson, Drake, o Smith, por el contrario, puede significar encontrase al otro lado de la barrera policial o simplemente que seas un representante político protestante en Irlanda del Norte y tengas que justificar unas vergonzosas imágenes, que han dado la vuelta al mundo, en las que un montón de niñas pequeñas llorosas no parecen entender porque hay tanto odio en los ojos de unos mayores que provocan que el proceso de paz se tambalee. Durante mucho tiempo llamarse Thaçi o Rugova significaba pertenecer a un pueblo olvidado por la Comunidad Internacional. Un recuerdo que no volverá tras la reforma constitucional aprobada en Macedonia que equiparará a los eslavos y albaneses del país. Unos derechos que aún deberán esperar los inmigrantes mexicanos ilegales que están en Estados Unidos. Llamarse López o Hernández, aún no sirve para que el presidente estadounidense, George Bush, se comprometa. ¡Ah! La importancia de llamarse... Cuenta el periodista Ahmed Rashid como ya por 1997 las organizaciones internacionales se dejaban la vida por regalar un poco de alegría a una sociedad afgana que comenzaba a saber como se las gastaban los táliban. Para ello rehabilitaron un antiguo estadio de fútbol. Al poco tiempo la población se agolpaba en las gradas para pode ver... las ejecuciones públicas del régimen. De no llamarse Kopke o Jonhson, los cooperantes internacionales procesados por un crimen tan atroz como difundir el cristianismo, ¿quién giraría la vista hacia Afganistán?

Fotografía de Isaac Á. Calvo

Isaac Á. Calvo

Licenciado en Periodismo

Máster en Relaciones Internacionales y Comunicación

Editor del Grupo AGD