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EL REDCUADRO

Miedo a las minorías

Fotografía

Por Antonio BurgosTiempo de lectura3 min
Opinión11-10-2004

Leyendo el Duverger como una resistencia frente a la dictadura aprendí que un bendito signo de la democracia es el respeto a las minorías. Tengo que poner al día el viejo Duverger. El Estado de Derecho ha devenido en Estado de Perplejidad. O en Estado de Contradicciones, en el que la transgresión acaba convirtiéndose en norma, y viceversa, borrando cualquier principio moral. En octubre de 2004 hemos alcanzado lo que pedían en mayo del 68: lo imposible. Radio Nacional da su diario parte de Guerra, don Alfonso: a España no la conoce ni la madre que la parió. Si por madre entendemos la Constitución de 1978. Y el mismo parte de RNE, impasibles el ademán y el talante, da también el desmentido al otro Guerra, al torero Rafael Guerra: en España lo que no puede ser, sí puede ser, y está siendo. Y además es posible. Tela de posible. Casi obligatorio. Las españoladas no se acabaron con la dictadura. Siguen existiendo. La única diferencia es que ahora la firma Pedro Almodóvar en vez de Luis Lucia, y la produce Canal Plus en lugar de Cifesa, pero igual: con crédito sindical antes, con subvención con pegatina del No a la Guerra ahora. Españolada es el movimiento pendular de la Historia. Vamos detrás de los curas, en procesión con un cirio o persiguiéndolos con un palo; vamos detrás de los homosexuales, persiguiéndolos con la Gandula o apoyando la manifestación que encabezan para que les den cuanto pidan. Hemos pasado del respeto a las minorías a la dictadura de las minorías. Con un miedo espantoso de las mayorías a parecer carcas. Canguelo modelo Gallardón. Si Aznar leía a Cernuda, Rodríguez debe de tener a Juan Ramón de cabecera: «A la inmensa minoría siempre». A mí la españolada de esta dictadura de las minorías me da también miedo, pero lo venzo, sin canguelo modelo Gallardón. Pasan por dogmas infalibles las tesis de las minorías. Un ejemplo: el silencio de pánico que ha acogido el anuncio de la legalización de los mal llamados matrimonios de señor con señor o de señora con señora. Por miedo hemos arrancado todas las páginas del Diccionario que traían sinónimos de guasa para homosexuales y lesbianas. En una España que sigue blasfemando, esas voces han desaparecido del habla. La tortilla española no existe. Los mariquitas del Sur no cantan por las azoteas ni en el poema de Lorca. Los propios sinónimos de Federico para tal condición en su «Oda a Walt Whitman» son anticonstitucionales. Nadie se atrevería a recitar ese fragmento del poema. El amor oscuro no es el que le hacía preguntar a Rafael de León en un soneto perfecto por qué tienes ojeras esta tarde. Ahora el amor oscuro es el antiguamente normal, de señor con señora. El otro es el que está más claro que el agua. Y nadie se atreve al democrático ejercicio de la disidencia. Yo mismo me la estoy jugando. Como el Santo Oficio perseguía a los del pecado nefando, la Nueva Inquisición de Gays y Lesbianas me pondrá el sayo infamante de homófobo. La españolada, con signo contrario. Tal es la dictadura de las minorías, el miedo que le tenemos, que nadie se atreve a eso tan español de sacar un nombre humorístico para el nuevo tipo de matrimonio. El PP ha dicho que matrimonio no es, pero no se ha atrevido a ponerle nombre. Tabú innombrable. Si no hubiera miedo, cien mil ingenios de la Corte habrían dicho ya que no es matrimonio, que le sobra la T: que es marimonio. Pero nadie se atreve. El miedo a decir lo que se piensa es el mismo que cuando las españoladas de la dictadura. Mal anda la libertad de expresión cuando no nos queda ni la resistencia del humor. Es puro Marifé de Triana, la que tanto gusta a esa minoría dictatorial: «Miedo, tengo miedo...»

Fotografía de Antonio Burgos

Antonio Burgos

Columnista del diario ABC

Andaluz, sevillano y del Betis

** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor