Aristide, el ex sacerdote profeta
Por Chema García3 min
Internacional29-02-2004
La figura del actual presidente de Haití, Jean-Bertrand Aristide, es enormemente controvertida. Para sus defensores es uno de esos “ingenuos” dispuestos a luchar por la verdad, la justicia y la libertad de los desfavorecidos del país más pobre de América. Sin embargo, para sus detractores es un paranoico que instigó la violencia y sumió la isla en el caos en los escasos meses que permaneció en el poder antes de que fuese expulsado de la isla y de la presidencia por el golpe de estado llevado a cabo por el teniente general Raoul Cedras en septiembre de 1991.
Pese a ello, ambos, seguidores y detractores, no pueden obviar que desde el general Jean-Jacques Dessalines, el hombre que ganó la última batalla contra los franceses que dio la independencia en 1804, no ha habido en Haití un personaje tan significativo en su historia. Aristide, nacido el 15 de julio de 1953 en Port-Salont, de origen muy humilde, se traslada con su madre y su hermana mayor en la capital Puerto Príncipe al fallecer su padre. Con tan sólo cinco años de edad entra en contacto con una disciplina que marcará el resto de su ajetreada vida: la Religión. Entra en una escuela regida por sacerdotes católicos de la orden de San Francisco de Sales y al concluir su formación seminarista en 1979, se traslada a Israel donde cursa estudios de teología bíblica, y después a Londres y a Montreal (Canadá), donde finaliza un máster en teología Durante toda esta formación y su primer destino como sacerdote salesiano al frente de una empobrecida parroquia de Puerto Príncipe, Jean-Bertrand Aristide, reafirma su convicción en los principios de la teología de la liberación. El contacto con la realidad social de la capital haitiana hace que se involucre en una serie de movimientos de protesta y critica la dictadura represiva de Jean-Claude Duvalier. Son precisamente estos movimientos de resistencia los que obligan a Duvalier a huir en febrero de 1986. A pesar de ello, la situación no mejora, ya que durante los cuatro años siguientes Haití es gobernado por funcionarios que habían apoyado al dictador anterior, es lo que viene a ser el duvalierismo sin Duvalier. Aristide, sufre el primer intento de asesinato. En 1988 la orden salesiana, presionada por el gobierno, lo acusó de incitar a la violencia y le expulsó del sacerdocio. El a la postre presidente del país responde al Vaticano en una carta que se considera a sí mismo “hijo de la Iglesia de los pobres”. “El crimen del que se me acusa es el de predicar comida para todo el pueblo; al cardenal Obando, arzobispo de Managua, no le dicen nada por hacer política en Nicaragua”, señala en su misiva. Ese mismo año, la parroquia de San Juan Bosco, en la que Aristide predicaba, fue incendiada por los “tonton macoutes”. Diez personas murieron allí mismo carbonizadas. Las primeras elecciones libres de Haití desde su independencia se celebran en diciembre de 1990, y Aristide es elegido con el 67 por ciento de los votos y con el apoyo de un movimiento social llamado “Lavalas” (avalancha, en creole). Un golpe de Estado dirigido por el teniente general Raoul Cedras le empuja a un exilio de tres años en septiembre de 1991. La llegada a la presidencia de EE.UU., de Bill Clinton, facilita la vuelta al poder del presidente constitucional, Jean Bertrand Aristide, en octubre de 1994 gracias a la intervención de efectivos estadounidenses en septiembre de ese año. Su regreso abre el camino a la esperanza del pueblo de Haití, sumido hasta entonces en el miedo a los militares, empobrecido por el embargo internacional y desilusionado por el espejismo democrático que conoció durante siete meses y medio en 1991. Sin embargo el 7 de noviembre del mismo año, un escuadrón de hombres muy bien armados asesina a Jean Hubert Feuille, legislador electo, primo y guardaespaldas de Aristide, e hirió gravemente al legislador Gabriel Fortune. Este atentado provoca que el ex sacerdote salesiano cambie el discurso de reconciliación que había mantenido hasta el momento e insta a sus seguidores a pasar a la acción contra las bandas paramilitares aliadas con la “classe”, los ricos que apoyaron el régimen castrense. En los días sucesivos murieron varias personas en asaltos a las mansiones donde supuestamente los ricos guardan sus arsenales. Durante su mandato se niega a reorganizar el ejército haitiano, que a mediados de l994 consumía 40 por ciento del presupuesto nacional. Trata de hacer que la seguridad pase gradualmente a una fuerza de policía civil con unos cinco mil agentes que recibieron instrucción de los asesores extranjeros y que ahora son los que se interponen entre los insurgentes y la capital del país. Se enfrentó a graves problemas, como la crisis de la sanidad, el elevado analfabetismo, una economía deprimida con una alta tasa de desempleo, una gran y corrupta burocracia y el gansterismo dentro del Ejército.