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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Escondamos la verdad

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión23-02-2003

Escucho los testimonios de los gabinetes de imagen que asesoran a nuestros políticos y no salgo de mi asombro. Me recuerdan a los periodistas esclavos de una causa y a los organizadores de manifestaciones con ánimo de batir record de convocatoria. Particulares en estilo, todos tratan de ser dioses encumbrando su mentira, con la esperanza de que una mentira repetida muchas veces promocione hasta aparecer como verdad. “Debe aparecer como un hombre de convicciones, eso le dará credibilidad y reforzará su imagen”, dicen los amigos de Aznar que descuidan la credibilidad y la imagen de la verdad. “Puedes defender mejor o peor tu postura, pero lo importante es que seas creíble en tus intenciones”, comenta un especialista en programas electorales vinculado al PSOE, evidenciando así su interés electoralista. A ese responsable le pregunto: ¿Y qué es más importante para la verdad? ¿qué la defiendan lo mejor posible o que ustedes queden bien? Los medios de comunicación publican últimamente tres cifras (añaden la estimación que hace el propio medio) cuando hablan de los asistentes a las manifestaciones. Era vergonzoso tener que contarles a los lectores: “Según los organizadores, un millón; según la policía, cien mil”. Esas son las cifras manejadas por unos y otros al referirse a la manifestación del pasado sábado bajo el lema Munca Máis. Las cifras que dan los medios se aproximan más a las de la policía que a las de los organizadores, todo sea dicho. Quizá estos últimos piensen que las mentiras se vencen con más mentiras. O quizá su ego supere al de los políticos y se crean dioses liberadores del pueblo. Claro, esta verdad promocionada desde la mentira depende miserablemente del número de banderas que la defienden. “Escondamos la verdad, o el hombre se hará como los dioses”, decían los antiguos. Se preguntaron dónde ocultarla: en la montaña, en el océano, en el centro de la tierra, en otro planeta... Pero viendo el panorama, apostaron por un lugar inaccesible: “Escondámosla en el interior del corazón del hombre”. Aunque yo creo que hoy hubiera bastado cualquier sitio, porque nadie está buscándola. Para el malo sólo cuenta ser creíble; para el feo, mentir más que el otro. El bueno, asqueado, decidió pasar de largo.