SIN CONCESIONES
Censura y demagogia
Por Pablo A. Iglesias2 min
Opinión04-11-2002
Comparar a George W. Bush y Osama bin Laden un mes después del 11 de septiembre era una temeridad. Al cabo de un año, resulta, en ocasiones, justo y necesario. Los polos opuestos siempre se atraen. Los humanos tenemos la extraña habilidad de fusionar antagonismos y pervertir valores como el bien, la libertad y la verdad. Cada día surgen miles de ejemplos. Del bien al mal sólo hay un paso cuando los límites de uno y otro no están claros, cuando el mal menor se entiende como un bien y cuando el bien final sobrevale ante males intermedios. Éste es el error de Vladímir Putin. Confunde ideas básicas en una democracia como el derecho a la vida de 700 rehenes y la libertad de expresión de los familiares que han perdido a un ser querido. La censura que ha impuesto a casos de terrorismo debilita su liderazgo interno y ratifica que Rusia está aún muy lejos de consolidar su democracia. Ignora Putin que la libertad de decisión y acción conlleva implícita una responsabilidad ética y legal. Ser libre no significa hacer en cada momento lo que apetece, sino hacer lo que hay que hacer. Quien actúa en función de sus apetencias personales olvida, primero, las de los demás y, después, los límites que entraña toda libertad, sea de acción o de expresión. Cuando el bien no está claro y se trasgreden las libertades, sólo queda la verdad. A veces, ni eso. La verdad se ha convertido en pleno siglo XXI en un bien demasiado escaso, a la vez que valioso, que se entremezcla con la mentira. La paradoja ha hecho que estos dos antogonismos convivan a diario en algunos medios de comunicación dirigidos por resentidos. Aun opuestas en sus caminos, la verdad y la mentira cruzan a veces sus trayectos cuando quedan a las órdenes de la manipulación y de la demagogia. Ésta es la nueva herramienta de políticos y soñadores de poder: la demagogia. La censura queda ya tan sólo para algunas repúblicas bananeras del Caribe y democracias malheridas que nunca llegaron a serlo. Quizá porque, como me confiaba hace muy pocos días una humilde diputada desengañada de la política y de los políticos, la verdadera democracia "no existe". Lo que conocemos es una "falsa democracia".