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COPA DEL REY

El Alavés llega a la final por primera vez en su historia

Por Luis PrietoTiempo de lectura2 min
Deportes09-02-2017

Los pronósticos están para romperse, los sueños para cumplirse. El Alavés, con más ilusión que juego, superó a un Celta muy gris y consiguió una de esas hazañas que el fútbol tanto agradece. El público fue más que nunca el jugador número 12 y transmitió la fuerza necesaria para que sus jugadores hicieran historia sobre el césped y su club se convierta en el nuevo Leicester.

El Alavés salió desde el minuto 0 a morir matando, algo que se esperaba el Celta pero a lo que no supo hacer frente en ningún momento. Con un público metido como pocas veces se recuerda los vascos transmitieron seriedad y fortaleza defensiva digna de un gran club. Los nervios en la grada se reflejaban en la cara de los jugadores, donde cada pase y cada falta se jugaba como si fuera el último minuto del partido.

La primera parte tuvo poco, y ese poco fue físico. Con dos equipos temerosos las imprecisiones y las faltas adquirieron protagonismo. El Celta quiso hacerse dueño del balón pero el Alavés no se lo ponía fácil. Tiros lejanos y jugadas a balón parado intentaban cambiar un marcador que no le venía bien a ninguno de los dos equipos. El Celta, que se presentaba como favorito para pasar a la final, se vio algo superado por la presión, y jugadores como Wass o Iago Aspas no tuvieron ese protagonismo que el club gallego necesita. El juego de los de Berizzo se basó en balones largos a la cabeza de unos centrales del Alavés (Laguardia y Feddal) impenetrables por alto. 

Los segundos 45 minutos fueron todo lo contrario, parecía otro partido. Un Celta algo más entonado saltó al césped a marcar y cerrar la eliminatoria, pero las contras del Alavés fueron un arma muy peligrosa durante todo el encuentro. Con Llorente ejerciendo de líder y Deyverson de asesino los vascos atacaban con mucho peligro. Toquero volvió a ser el que fue en el Athletic e Ibai se transformó en una bala por el lateral. Las decisiones de los técnicos decidieron un partido que parecía condenado a finalizar con empate a 0.

Edgar, en la primera ocasión que tuvo, se vistió de héroe y culminó picando el balón una jugada maravillosa. El gol fue bello, tan bello como lo que provocaba: el pase a la final de la Copa del Rey de un equipo que el año pasado estaba en Segunda División. El Celta fue lento en juego y cambios, y cuando recibió el gol ya los intentos sirvieron de muy poco. Berizzo tardó en sacar a Pione Sisto y Guidetti, dos de los jugadores clave en la eliminatoria frente al Madrid, y los gallegos lo pagaron. Con un juego a la desesperada el Celta provocó sustos, pero ninguno surgió efecto. Con el pitido final el Alavés se frotó los ojos y aprendió en sus propias carnes que los sueños pueden hacerse realidad en realidad.

La final se la jugarán contra el Barcelona, pero eso parece importar bien poco a un equipo cegado por la felicidad. A un partido las fuerzas se igualan, y lo que a simple vista parece una final descompensada se convertirá, con toda seguridad, en una de las finales más esperadas por todo amante del fútbol. El pequeño contra el grande, la calidad contra el corazón, el deber contra la ilusión.