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ANÁLISIS DE ESPAÑA

La línea roja

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España25-07-2016

Sólo alguien que haya vivido muy lejos de España los últimos 40 años podría caer en el error de pensar que los nacionalistas entregaron sus votos al PP a cambio de nada. Sólo quien no conozca a los nacionalistas podría llegar a pensar que van a conformarse con tener un grupo propio (y el dinero que eso les reportaría) o unos presupuestos más o menos favorables. Tremendo ejercicio de ingenuidad sería pensar en ellos como un posible apoyo de cara a la incierta legislatura. La experiencia enseña a todo aquel que quiera entenderlo que siempre que los nacionalistas han conseguido alguna de sus metas, lejos de darse por satisfechos, han corrido a marcarse la siguiente. Especialmente gráfico es el caso del nacionalismo catalán. Qué lejos queda ya aquel Estatut en el que no pocos incautos vieron el final de las tensiones territoriales que en su día ya se consideraron zanjadas con el pacto constitucional que el pueblo catalán refrendó masivamente. Esa es una de las razones por las que resulta enternecedor escuchar hoy al PSOE apelar al federalismo como solución a lo que algunos llaman “el encaje de Cataluña en España”. Como si Cataluña y España no fuesen ya parte de una misma cosa.

La exigencia no satisfecha de un nuevo pacto fiscal llevó a Mas a arrojar a su partido a una deriva rupturista en la que se dejó incluso la etiqueta nacionalista que tantos frutos le ha dado en democracia. Convergencia dejó de pedir transferencias competenciales para amenazar directamente con la independencia unilateral. Todo ello de la mano de sus enemigos tradicionales en Cataluña que han terminado por devorar al otrora partido hegemónico catalán. Después de 30 años permitiendo su avance sin oposición, la solución no llegará a corto plazo con otra derrama de las cuentas del Estado. Mucho menos aceptando de nuevo como si nada hubiera pasado a un partido como Convergencia, que se ha demostrado tantas veces desleal al Estado y a la democracia representada en sus leyes con el Tribunal Constitucional -tantas veces desafiado- como máximo garante. No digamos ya los innumerables casos de corrupción que el partido ha tratado tantas veces de justificar envolviéndose en la bandera.

Debe haber un término medio entre el exceso de exhibicionismo y esconder el voto a los ciudadanos como torpemente intentó Homs al apelar al secreto de sufragio para obviar que sus diputados habían votado la propuesta del PP para la Mesa del Congreso. Ellos que llegaron a plasmar públicamente ante notario su compromiso de no pactar con el PP en los tiempos del cordón sanitario. Al final todo se sabe. Bien es cierto que si ya es difícil para el PP explicarle a su electorado esta aproximación a los independentistas, peor lo tiene Convergencia con ERC como socio de gobierno en la autodenominada República catalana. El propio auge de ERC evidencia que el independentismo en Cataluña va mucho más allá de Convergencia. Se trata de una batalla política e ideológica que pasa por desmontar sus mitos y no sufragar a sus patrocinadores. Ningún pacto de investidura debería estar por encima de esto.