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SIN CONCESIONES

El servilismo de la prensa

Fotografía
Por Pablo A. IglesiasTiempo de lectura5 min
Opinión16-12-2013

Estos días resuena en mi cabeza el eco de una célebre frase. "Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron a por los judíos y no dije nada porque yo no era judío". El silencio es el arma cómplice de muchas injusticias e ilegalidades. A veces callamos sin darnos cuenta de que amparamos malos comportamientos cada vez que cerramos la boca o miramos hacia otro lado. El Periodismo es, entre otras muchas cosas, la profesión por excelencia que alza la voz en favor de los débiles, de los más pobres y de los que apenas tienen quien les escuche. El Periodismo es el canal de expresión de las mayorías pero tiene también la misión de denunciar toda clase de mentiras, abusos, injusticias, errores e ilegalidades. El Periodismo tiene el contrapoder entre sus funciones esenciales. Por algo se le conoce como cuarto poder, porque vigila los excesos del Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial, que supuestamente se controlan entre ellos. Esta vez me resisto a guardar silencio cuando el Gobierno ha quebrantado una costumbre periodística que existía en La Moncloa. En las ruedas de prensa de Mariano Rajoy con líderes internacionales, el protocolo limita a dos las cuestiones que pueden formular los redactores españoles. Es insuficiente pero lo acato. Así que consensuamos entre nosotros las preguntas y elegimos dos portavoces para interpelar al presidente. Pero esto se acaba. El propio Ejecutivo ha roto unilateralmente esta fórmula que funcionó sin problemas con el socialista José Luis Rodríguez Zapatero y el popular José María Aznar. En adelante será el Gobierno quien escoja a los periodistas, con el riesgo evidente de que los turnos se repartan según la conveniencia política de Rajoy en vez de según el interés informativo de los ciudadanos. Existe un preocupante precedente. El Gobierno ya violó en julio esta costumbre que, en más de una década con Zapatero y Aznar nunca dio problemas. Quebrantó esta norma cuando el diario El Mundo publicó los famosos SMS entre Rajoy y el extesorero del PP Luis Bárcenas. La redactora habitual de este periódico iba a preguntar al presidente por la polémica pero La Moncloa le retiró la palabra y se la concedió a otro compañero de ABC para que formulase una cuestión más cómoda. Fue una cacicada en toda regla que ahora corre el riesgo de repetirse. De hecho, el primer medio de comunicación que se ha beneficiado de la ruptura unilateral del acuerdo entre periodistas es el propio ABC, que ha actuado como caballo de Troya de los intereses gubernamentales. Sin embargo, ahora sabemos que no es sólo culpa de una cabecera. El Gobierno ha realizado llamadas a directores de medios afines para que ordenasen a sus redactores forzar la ruptura del pacto. Como así tampoco lo consiguió, al final ha puesto fin a la medida de forma unilateral. Los argumentos de La Moncloa son de lo más peregrinos. Aduce que hay una mayoría de periodistas que están disconformes porque nunca pueden preguntar, lo cual es profundamente mentira en este caso. Es en las ruedas de prensa de los viernes con Soraya Sáenz de Santamaría donde algunos medios de comunicación se quedan sin derecho a la palabra porque la vicepresidenta concede a dedo el micrófono. Siempre se discrimina a los mismos porque sus preguntas son incómodas o improcedentes a los ojos del Ejecutivo. Yo lo he sufrido sin motivo aparente desde junio a noviembre, aunque en las últimas dos semanas he podido formular mis cuestiones y alguna de ellas no era precisamente agradable. Los colaboradores de Rajoy ven fantasmas entre la prensa. Aseguran que algunos compañeros teledirigen las preguntas, como si el resto fuésemos borregos. Sostienen que nos dejamos influenciar con facilidad, como si no tuviéramos criterio propio y fuera sencillo lavarnos el cerebro. Incluso, han llegado a decirme que servimos a los intereses de la izquierda. No se dan cuenta o no quieren ver que, en muchas ocasiones, frenamos esos supuestos afanes. La triste realidad es que aquel que rechista una vez está considerado un rojo socialista, aunque otras tres coincida con las tesis del Gobierno, porque los hay que escriben casi al dictado del oficialismo. A Rajoy no le gustan los periodistas. Nos considera una profesión de tercera categoría, sin méritos profesionales ni académicos. En cierta ocasión, llegó a decirnos que nuestra carrera carece de valía, sobre todo en comparación con la de un registrador de la propiedad como él o un abogado del Estado como Sáenz de Santamaría. En un ataque de orgullo propio, le espeté que algunos tenemos el diploma de Doctorado, cosa a la que sólo tres ministros de su Gobierno han llegado. Rajoy es muy demócrata pero a sus 58 años sigue sin comprender el papel de los medios y su misión social. Detesta los titulares de los periódicos porque no le gustan las frases grandilocuentes y suele hacer caso omiso de los consejos de sus asesores en esta materia. Cuando ganó las elecciones generales de 2011, los periodistas que le seguíamos en la oposición le mandamos una carta de queja que nunca ha salido a la luz y que pedía mayor comprensión con nuestro trabajo. Aunque La Moncloa diga ahora que estamos imbuidos por los compañeros más radicales, la realidad es que esa carta la redactamos otros más moderados y fue boicoteada -incluso filtrada- por algunos serviles al PP. Lamentable episodio que pone a cada cual en su sitio. Me lo había callado pero ahora es buen momento para que se sepa. Si los periodistas no defendemos nuestro propio terreno, nadie lo hará. Pero si los periodistas olvidamos nuestra responsabilidad con la sociedad, quienes pierden son otros. Los medios de comunicación nos debemos a los principios universales de Verdad, Justicia, Libertad e Igualdad. Cuando permitimos con nuestros actos o con nuestro silencio que se vulneren, también nosotros estamos quebrantando aquello que tenemos la obligación moral de defender. Por eso, estos días retumba en mi cabeza la frase que erróneamente se atribuye a Bertolt Brecht y que en realidad escribió su compatriota alemán Martin Niemöller. "Primero vinieron a buscar a los comunistas y no dije nada porque yo no era comunista. Luego vinieron por los judíos y no dije nada porque yo no era judío. Luego vinieron por los sindicalistas y no dije nada porque yo no era sindicalista. Luego vinieron por los católicos y no dije nada porque yo era protestante. Luego vinieron por mí pero, para entonces, ya no quedaba nadie para defenderme".