REVUELTAS ÁRABES
Túnez y Egipto se convierten en el paradigma de las revoluciones
Por Javier M. Fandiño3 min
Sociedad20-02-2011
El presidente tunecino Abidine Ben Ali abandonaba el 14 de enero su país dejando a un Gobierno interino al mando de una situación caótica. Lo que parecía un hecho aislado se convirtió en un verdadero estallido revolucionario en el mundo árabe. Al levantamiento popular en Egipto contra Hosni Mubarak producido once días más tarde se le sumaron las rebeliones de Argelia, Libia, Yemen, Irán, Bahréin y Marruecos pidiendo reformas democráticas.
Mohamed Bouaziz, un joven tunecino de 26 años, se prendía fuego el 17 de diciembre de 2010 frente al Ayuntamiento de Sidi Bouziz en señal de protesta contra las autoridades después de que un policía le requisara la mercancía de su puesto de frutas y verduras por no tener licencia. Su gesto servía como detonante a un mes de protestas en contra del paro, la corrupción y el nepotismo que vivía el país. Finalmente, la crisis se acabaría extendiendo por gran parte del mundo árabe. La peor oleada de revueltas desde la llegada al poder 24 años antes de Abidine Ben Ali, acabó finalmente con su Gobierno. Lejos de controlar la situación, Ben Ali favoreció una actitud represiva que oscila entre 23 y 66 muertos, dependiendo de las fuentes. Las universidades fueron clausuradas, se estableció el toque de queda y el presidente se vio obligado a abandonar el país dejando un Gobierno interino pensando que pronto rogarían su vuelta. Pero nada más lejos de la realidad, la población tunecina se enfrenta a grandes cambios, y más después de que el presidente en funciones, Foued Mebazaa, haya jurado la Constitución y haya firmando una amnistía general que beneficia a todos los perseguidos por su actitud revolucionaria. Semana y media más tarde de la huida de Ben Ali de su palacio Cartago, el caos se extendía a Egipto y la plaza Tahrir acogía a miles de personas para protestar contra el Gobierno de Hosni Muabarak. Pero ese Día de la ira se saldaba con cuatro muertes y la crisis se desarrollaba de una manera bastante similar a la de Túnez, anticipando su final. Al igual que en el país vecino, las redes sociales servían como medio para canalizar el descontento de la población y organizar manifestaciones. Pero las semejanzas no se acababan aquí y un hombre repetía la iniciativa de Bouaziz inmolándose frente al Parlamento egipcio reivindicando sus derechos. Días más tarde daba comienzo el Viernes de la ira y la libertad, produciéndose 70 muertes. La población no era la única que se rebelaba ante el poder y el Ejército se negaba a seguir disparando a los revolucionarios. Si a esto le sumamos una huelga general en ciernes, no es de extrañar que Mubarak contemplase como única solución el nombramiento de un nuevo vicepresidente que se encargase de dialogar con la oposición para iniciar una reforma en el marco constitucional. El elegido era Omar Soleiman, pero ya en el primer contacto de las negociaciones se vio que la revolución era imparable y no finalizaría hasta la caída de Mubarak. Estas no parecían ser las intenciones del octogenario líder, que hasta un día antes de su dimisión mostró en un discurso televisado sus intenciones de mantenerse en el poder. Sin embargo, el 11 de febrero, el Día de la despedida, Mubarak abandonaba el país delegando el poder en el Consejo Supremo de las Fuerzas Armadas comenzando la transición política del país y esperanzando a una población que busca cambios. No obstante, las mejoras para ambos países no van a venir en un primer momento, o al menos eso estima el director Fondo Monetario Internacional (FMI) para Oriente Medio, Masood Ahmed, quien alerta que las revueltas sociales y políticas ocurridas en Túnez y Egipto pueden provocar una caída del turismo y de las inversiones.