MIGUEL DELIBES
Adios a la voz de Castilla
Por Juan Heralta Rodríguez2 min
Cultura12-03-2010
Un 17 de octubre de 1920 nació la voz de Castilla, nació Miguel Delibes. Este, aparte de escribir obras como El Hereje, Cinco horas con Mario y Los Santos Inocentes consiguió situar a Castilla en el mapa internacional; al igual que se hablaba de la Praga de Kafka o de la Lisboa de Fernando Pessoa. Esto dio lugar, aunque sin quererlo, a que el autor convirtiera a la Castilla rural y de antes en todo un mito.
Periodista, miembro de la Real Academia Española pero sobre todo Delibes era escritor. Con un lenguaje sencillo y claro llegó a todo tipo de públicos, que veían en sus historias un claro reflejo de la dura realidad que se vivía. Es por eso, que a lo largo de su dilatada carrera profesional no paró de recibir premios como el Príncipe de Asturias en 1982, el Cervantes en 1993 pasando por el premio Nadal, el Nacional y el de la Crítica. La única espina que tuvo clavada fue la de no poder ganar el premio Nobel, del cual fue finalista. Su último legado fue El Hereje, que casualidades de la vida, el día que terminó la última página, el médico le diagnosticó un cáncer de colon que le obligó a pasar varias veces por el quirófano y a renunciar a su pasión. Aunque ya al recibir el premio Cervantes parecía despedirse de su público al afirmar que «el arco que se abrió para mí al obtener el Premio Nadal se cierra ahora, en 1994, al recibir de manos de Su Majestad el Premio Cervantes». Aunque para muchos Delibes fue muriendo poco a poco tras la muerte de su mujer, a la cual ama con locura. Tras el fallecimiento de esta, estuvo tres años sin encontrar la inspiración y cuando la encontró sus libros se tiñeron de pesimismo, melancolía y tristeza. Fue el tercero de ocho hijos, y a pesar de ser escritor empezó estudiando Comercio y Derecho, de la cual obtuvo una cátedra de Derecho Mercantil. Pero poco después se daría cuenta de su verdadera vocación y empezaría a estudiar Periodismo en la Escuela Oficial de Madrid, ya que a los 21 empezó a colaborar como caricaturista y redactor en El Norte de Castilla, lo que le despertó el gusanillo por la escritura y le sirvió para decir en pocas palabras muchas cosas. Aparte de la escritura era un amante de la caza, pero sobre todo del cine, donde pudo ver reflejadas algunas de sus obras cómo Los santos inocentes, El señor Cayo, o La sombra del ciprés es alargada, aunque de esta última no estaba especialmente orgulloso de la adaptación que habían hecho a la gran pantalla.