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ANÁLISIS DE ESPAÑA

El silencio

Fotografía
Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura3 min
España12-07-2009

“El silencio es un instrumento político tan eficaz como pueden serlo el esgrimir las armas o los discursos en un mitin. Necesitan del silencio los tiranos que velan para que su actuación pase inadvertida”. Esta cita corresponde al amago de un libro que nunca llegó a ser publicado como tal y sus comillas pertenecen a Ryszard Kapuscinski, maestro absoluto en el oficio de contar historias. El periodista polaco, el Herodoto del siglo XX, recorrió el mundo siendo testigo de revoluciones, enfrentamientos, golpes militares y dictaduras de todo tipo. Y sin embargo, en medio de tanto ruido, él se detuvo a describir la importancia y el significado del silencio. Le llevó a ello la experiencia de situaciones casi siempre extremas, pero el silencio es igual en todas partes. Y su presencia en la escena política casi nunca depara nada bueno. En el ruedo ibérico actual, el silencio es un invitado más y su protagonismo constante. Aunque puede presentarse de distintas maneras. Está el silencio que se oculta tras una sobreabundancia de ruido. Ese al que se recurre, por ejemplo, para negar una crisis económica en medio de unas elecciones. O para disimularla después, y esconderla finalmente tras decisiones conscientemente polémicas o tras escándalos que acaban en los tribunales. Pero es un silencio perverso, como todo aquel que se practica de manera intencionada. Igual que esa otra variante menos sutil, más torpe y nada disimulada a la que recurre quien se siente acorralado. No hay peor defensa de uno mismo que la de no tener nada que decir. Que Rajoy o Camps pretendan zafarse de sus correas por la vía del silencio es simplemente inútil. Más si cabe cuando se defiende que no hay nada que ocultar. Y es que el silencio en política casi nunca está motivado por el desconocimiento. Sea como sea, denota siempre una señal de cobardía, de negación de la realidad y huida de los problemas. Pero esta vía de escape tiene corto recorrido en democracia. A diferencia de las situaciones que describió Kapuscinski, casi todas en condiciones límite, los sistemas democráticos cuentan con armas suficientes para combatir, al menos intentarlo, la siempre peligrosa relación que guarda el poder con el silencio. Recursos como el compromiso de los medios de comunicación o, sobre todo, la nula voluntad de los ciudadanos a cerrar los ojos de manera consciente son determinantes a la hora de exigir, obligar a los dirigentes a dar la cara. Para quien, en cambio, sí esté dispuesto a ser cómplice de su silencio, ahí queda el aviso. “Se presta demasiada atención a los llamados momentos sonados y no la suficiente al silencio. Se trata de una falta de intuición tan infalible en cualquier madre cuando se da cuenta de que de la habitación de su hijo no llega ningún ruido. La madre sabe que ese silencio no presagia nada bueno. Que es un silencio en el que acecha algún peligro. Corre hacia allí sabiendo que su intervención es imprescindible, corre porque sabe que el mal aflora en el aire. El silencio en la Historia y en la política desempeña el mismo papel”.