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Bernardo de Chartres

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura2 min
Opinión02-11-2008

Canónigo de la catedral de Chartres a principios del siglo XII, ejerció allí su magisterio de Teología y Filosofía, siendo maestro de universidad medieval antes siquiera de que existieran formalmente las universidades. Hombres de todas partes del continente recorrían los peligrosos caminos de la Europa en busca de Bernardo, aquel que enseña lo que aprendió de su Maestro: “esa Verdad que hace libres”. Bernardo gustaba de leer a los clásicos, pues el trato con ellos ilumina nuestra inteligencia y ensancha nuestro corazón. Sintetizaba su pretensión en esta genial frase: “Somos enanos encaramados en los hombros de gigantes. De esta manera vemos más y más lejos que ellos, no porque nuestra vista sea más aguda sino porque ellos nos sostienen en el aire y nos elevan con toda su altura gigantesca”. Semejante afirmación, que no parece ser sino una metáfora, encierra varios sabios consejos. En primer lugar nos revela la humildad intelectual de este maestro medieval: cuando leemos a los clásicos, debemos reconocerles como gigantes y sabernos como enanos. Además, nos brinda un consejo: el de “escuchar con los ojos a los muertos”, dialogar con ellos, tratarles… pues si queremos afinar nuestra mente y fortalecer nuestro corazón, no hay mejor modo de hacerlo que “arrimarse” a quienes tienen una inteligencia fina y un corazón fuerte. En tercer lugar, nos enseña el secreto del aprendizaje: antes de juzgar, debemos ver lo que vieron los grandes, y, al ver lo que vieron varios de los grandes y sumar su mirada a la nuestra, lograremos ver más que ellos. Finalmente, nos recuerda que todo aprendizaje es fidelidad y diálogo con la tradición: si queremos que cada generación supere en conocimiento a la anterior, tendrá que asumir y situarse a la altura donde llegó la anterior, pues si p retendemos rehacer siempre nuestro conocimiento al margen de nuestros mayores, nunca seremos más que enanos. La frase cobró tal fortuna que la acuñaron después otros grandes, como Newton o Hawkins, y me temo que alguno se ha atrevido incluso a dedicar una tesis doctoral a este tema. Sea como sea, quedémonos nosotros con la lección del maestro de Chartres: busquemos la compañía de gigantes, gigantes de espíritu, mente y corazón, pues es la comunidad de los grandes, y de los que se saben enanos y quieren aprender de ellos, los que habitan ese lugar donde la vida se ensancha.