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CHINA

Pekín y otras barbaries deportivas (I): Franco y Videla directos al Mundial

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura4 min
Internacional13-04-2008

La voz de indignación de la Comunidad Internacional hacia la represión del Gobierno chino en Tíbet ha acabado por poner en duda la legitimidad de los Juegos Olímpicos que Pekín albergará este verano. Importantes líderes mundiales han comenzado a hablar de boicot por la lacra de Derechos Humanos en China. Sin embargo, la falta de libertad en el país no es algo nuevo, sino que se conocía de sobra cuando en 2002 el COI designó a Pekín como sede olímpica escribiendo así otra página más en un libro poco conocido, el de la otra Historia del deporte.

Simon Elegant, un importante analista político de la revista Newsweek que trabaja desde Pekín estos días, se preguntaba la semana pasada cómo fue posible que las protestas de Lhasa por parte de los nacionalistas tibetanos pudieran coger por sorpresa al Gobierno chino en el año olímpico. Un Gobierno chino que ha aprovechado su omnipresente burocracia para tener cualquier muestra de disidencia bajo control de cara a que no trascienda al exterior durante las competiciones. Así, miles de páginas web han sido clausuradas e incluso la censura de webs extranjeras se ha acentuado en un país donde el buscador Google tiene que ocultar miles de sitios web para que el Estado chino le permita seguir operativo. Asimismo, los periodistas foráneos tendrán vedado su acceso a Tíbet y a otras regiones del país para evitar que el testimonio de los disidentes o la imagen de la China más pobre trascienda internacionalmente. Las noticias de los enfrentamientos en Lhasa entre las Fuerzas de Seguridad chinas y los rebeldes tibetanos parecen haber cogido ahora por sorpresa a la Comunidad Internacional. Una Comunidad Internacional que ha callado desde que en 2002 el COI escogiese a Pekín para organizar los Juegos de 2008 a pesar de que la falta de libertad de expresión en China y la represión del nacionalismo de Tíbet, ocupado desde 1950, eran de sobra conocidas. Hoy, a diversos líderes políticos como el presidente francés, Nicolas Sarkozy, ese desaire a los Derechos Humanos parece cogerles por sorpresa y alzan la voz para postular un boicot a los Juegos. Sin embargo, pese a su repentina indignación y a los ríos de tinta que ha suscitado el caso tibetano a escasos meses de los Juegos, lo cierto es que ésta no es la primera vez que los organismos oficiales y la Comunidad Internacional permiten a un país que no respeta los Derechos Humanos organizar un gran evento deportivo. Franco y Argentina 78 Uno de los capítulos más importantes en esa otra Historia de pasividad de los organismos deportivos frente a la barbarie tuvo lugar en 1966 durante el XXV Congreso de la Federación Internacional de Fútbol (FIFA). Allí primeramente se concedió la organización del Mundial de 1982 a una España que vivía aún bajo la dictadura de Franco, quien por cierto pudo deleitarse en el Santiago Bernabéu de la victoria de España ante la Unión Soviética en la Eurocopa del 64. Pero aún hay más, en el mismo congreso de la Federación Internacional, celebrado en julio, también se dio el visto bueno a Argentina para albergar el Mundial de 1978 pese a que tan sólo un mes antes el general Juan Carlos Oganía había asumido el poder tras un golpe de Estado. Pese a todo, la FIFA no sólo no revocaría su decisión durante el gobierno de la Junta Militar, extendido hasta el 73, sino que una vez más miraría para otro lado cuando los militares volvieron al poder a tan sólo dos años del Mundial. En 1976 el general Jorge Rafael Videla se convertía en el líder de una nueva Junta Militar cuyo mandato se extendió hasta 1983. Otros siete años de dictadura en los que desaparecieron más de 30.000 disidentes políticos gracias al terrorismo de Estado, que incluía las detenciones masivas, los centros de tortura e incluso el lanzamiento de personas desde aviones al Océano Atlántico. Pese a todo, la barbarie tuvo como premio una Copa del Mundo que curiosamente pudo haber cambiado las cosas si la propia Argentina no se hubiese proclamado campeona. El Mundial del 78 pasaría a la historia en términos estrictamente políticos por dar a conocer al mundo los entresijos del régimen militar gracias a los periodistas extranjeros que lo cubrieron. El conocido movimiento de las Madres de la Plaza de Mayo, un movimiento de mujeres que exigía al régimen saber dónde se encontraban sus hijos detenidos por disidencia o al menos si estaban vivos, se hizo famoso gracias a los testimonios que sus miembros pudieron hacer a la prensa extranjera. Incluso el guardameta de la selección de Suecia, Ronnie Hellstrom, acudió a una manifestación de las Madres para ofrecer su apoyo y su imagen. Fue a partir de esas voces cuando la Comunidad Internacional comenzó a preocuparse seriamente de lo que estaba aconteciendo en Argentina, y pudo haber intervenido indirectamente en un hipotético cambio de régimen si el clamor popular de los argentinos así lo hubiera querido. Sin embargo, la victoria de la Argentina de Mario Matador Kempes sobre Holanda, curiosamente el único país junto a Francia que alzó la voz para boicotear la competición, tuvo un efecto narcotizante para la población del país. La situación de Argentina, la Junta Militar y sus crímenes, pasaron a un segundo plano cuando se desató la fiebre del fútbol. Una fiebre que supuso un respiro a una dictadura incapaz de afrontar la recesión económica y que mejoró su imagen de fortaleza por la hazaña histórica de su equipo. El interrogante sobre qué pasaría en el caso de que Argentina hubiera salido derrotada quedó finalmente en el aire.