AJEDREZ
Muere Bobby Fischer, el genio errático e inestable
Por Alejandro G. Nieto
3 min
Deportes17-01-2008
Bobby Fischer, considerado por muchos el mejor ajedrecista de todos los tiempos y una de las personas más carismáticas que ha dado este juego, falleció en Reykiavik a los 64 años. Perseguido por el gobierno de su país, Estados Unidos, Fischer permaneció desaparecido durante dos décadas. Tras su reaparición, se mostró como un personaje mentalmente desequilibrado. Islandia le dio asilo político y allí pasó los últimos años de su vida.
Nacido en Chicago el 9 de marzo de 1943, Fischer era hijo de Regina Wender, judía de origen suizo pero nacionalizada estadounidense, y del biofísico Gerhardt Fischer, que les abandonó cuando Bobby sólo tenía dos años. No obstante, varios biógrafos del ajedrecista sostienen que su verdadero padre era el científico húngaro Paul Nemenyi, con el que su madre mantuvo relaciones extramatrimoniales. Fischer vivió con su madre en diferentes lugares de Estados Unidos, aunque finalmente se asentaron en Nueva York. Durante su infancia, Bobby desarrolló una pasión por el ajedrez que le llevó a abandonar todo lo demás, incluido el colegio. Con un coeficiente intelectual cercano a 180, según uno de los colegios en los que estudió, Fischer alcanzó el título de Gran Maestro con sólo 15 años, después de haberse proclamando campeón de su país a los 14. Un año después, con 16 años, abandonó sus estudios. Su ascensión como ajedrecista de gran nivel internacional coincidió con los mejores años de la escuela soviética, que dominó el mundial de ajedrez durante un cuarto de siglo. Sin embargo, Fischer apareció para romper esa hegemonía. En 1972, en Reykiavik, el genio estadounidense disputó la denominada partida del siglo contra el ruso Boris Spassky, en plena Guerra Fría. La excentricidad de Fischer quedó patente durante ese duelo: hizo que cambiaran el tablero de mármol por uno de madera y después el de madera por otro de mármol, llegó tarde a todas las partidas e incluso perdió una de ellas por incomparecencia. No obstante, el estadounidense logró proclamarse campeón del mundo en 21 partidas. Sin embargo, ahí acabó su carrera. En 1975, tenía que defender su título ante Anatoly Karpov, pero planteó unas exigencias que la Federación Internacional consideró inaceptables. Así, fue despojado de su título por incomparecencia. Entonces desapareció de la vida pública. Durante 20 años permaneció retirado y no volvió a jugar de manera oficial. Pero en 1992, una suculenta oferta le incitó a reaparecer. Aceptó tres millones de dólares por reeditar su duelo contra Spassky en la antigua Yugoslavia. Estadous Unidos, por entonces, mantenía un embargo sobre este país y, por ello, prohibió a Fischer disputar la partida. Pero Fischer hizo caso omiso y Washington decretó orden de busca y captura contra el ajedrecista. Fischer se asentó en Tokio, donde permaneció retenido por los mandatos internacionales hasta 2005. En ese año, Islandia le concedió asilo político. Vivió en Reykiavik, la ciudad que le encumbró como ajedrecista, sin apenas salir de su casa y con miedo a ser envenenado. Tampoco accedió a recibir tratamiento psiquiátrico. Permaneció así hasta su muerte, que le llegó con 64 años. La vida de Fischer fue una evidencia de la delgada línea que separa la genialidad de la locura. Centrado en el ajedrez, sin asistir al colegio y abandonado por su padre y por su madre, Fischer no adquirió una cultura general hasta que ya fue adulto. Ello fue uno de los motivos de su desequilibrio. Fue un convencido anticomunista, aunque su madre fue investigada por el FBI, sospechosa de trabajar como espía para los soviéticos. Era también un declarado antisemita –incluso llegó a negar el Holocausto– y un misógino en sus relaciones. Además, su odio hacia el gobierno de su país le llevó a celebrar los atentados del 11-S.