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LÍBANO

Líbano e Israel ¿Y ahora qué?

Por Luis Miguel L. FarracesTiempo de lectura4 min
Internacional03-09-2006

El mundo entero volvió la vista hacia Líbano a finales de julio para contemplar el último gran conflicto de ese polvorín llamado Oriente Próximo. La guerra de Israel y Hezbolá; de Hezbolá e Israel. La de Tiro, Sidón y Haifa; La de los destartalados cohetes exsoviéticos Katiusha frente a las bombas de racimo. La guerra que ubicó en el mapa al desconocido río Litani. La de la resaca de la ocupación de las Granjas de Chebaa, y la de los dos soldados de la Tsahal secuestrados. La guerra de los 1.183 muertos y los más de 4.000 heridos. La de Israel y Hezbolá; Hezbolá e Israel.

Desde el secuestro en la frontera israelolibanesa de los dos soldados hebreos a manos de la milicia chií del Partido de Dios y la posterior invasión del país de los cedros por parte de la Tsahal, más de un millar de personas murieron en apenas un intervalo de dos meses. Ahora, tras la última guerra en Oriente Próximo, el panorama sociopolítico de los dos contendientes presenta retos y características diferentes, pero convergen en un punto común, el desgaste de la posguerra. Para Israel, este desgaste se plasmará sobre todo en lo político. El primer ministro del país, Ehud Olmert, ha jugado a intentar ser el carismático Ariel Sharon y ha perdido. Y es que la opinión pública del país hebreo se ha mostrado más crítica que nunca con una intervención de su Ejército, bien es verdad que por motivos dispares. Unos pocos consideran desproporcionada la respuesta militar de Israel por el secuestro de sus dos soldados en la frontera y se preguntan si fueron necesarias las bajas de sus compatriotas desplegados masivamente en el campo de batalla; pero los que más, opinan que el actual conflicto ha sido fruto de una precipitada retirada de la Tsahal del sur del Líbano en 2003 y se quejan de errores flagrantes en el desarrollo de la contienda, reconocidos, por si fuera poco, en más de una ocasión por miembros del Alto Mando del país. Y es que pese a que el primer ministro israelí, Ehud Olmert, ha querido vender este conflicto como un éxito rotundo de sus militares, lo cierto es que no ha logrado la mayoría de los objetivos y anhelos que depositó en esta intervención. Ni consiguió empujar a Hezbolá a la orilla más lejana del río Litani, ni ha logrado que ahora los cascos azules de Naciones Unidas vayan a desarmar a la milicia chií, ni, sobre todo, ha conseguido hacer más débil al Partido de Dios, sino todo lo contrario al menos en cuanto a apoyo popular se refiere. Y es que Israel parece que no aprendió la lección de la victoria de Hamas en las legislativas palestinas de principios de este año. Entonces llevaba lustros fustigando Gaza y Cisjordania y las posturas de los civiles palestinos se radicalizaron haciendo ganar puntos poco a poco al Movimiento de Resistencia Islámica. Hoy, tras la destrucción de las ciudades del sur del Líbano nada hace pensar que las posturas de los habitantes chiíes del país de los cedros no vayan a radicalizarse. Si la historia se repetirá o no está aún por ver. Una región devastada Para los libaneses pintan bastos. Ante sus ojos hay toda una región, la del sur, devastada por la guerra. La economía del país sufrirá, y mucho, con las tareas de reconstrucción de la zona, a la cual llegará una inyección de subvenciones de la Comunidad Internacional para tal empresa cuantiosa pero insuficiente según los expertos, irrisoria comparándola con las ayudas a la reconstrucción de Iraq tras la guerra de 2003. La guerra del verano de 2006 será recordada en Líbano como la Guerra de Hezbolá. Y es que el Partido de Dios ha logrado gracias a este conflicto una inyección de apoyo popular muy importante no sólo entre la comunidad chií. Ya advertían los vecinos de las urbes devastadas por la guerra que las tropas internacionales de Naciones Unidas serían bienvenidas si éstas viajaban a la zona para ayudar en su reconstrucción, pero que tendrían graves problemas si pretendían desarmar a Hezbolá. El desempeño de esta tarea finalmente corresponderá a negociaciones entre el Gobierno libanés y la propia milicia, que cuenta con dos ministros en el Ejecutivo. El miedo a que el desarme de Hezbolá en Líbano se convirtiera en el Iraq de Naciones Unidas es fehaciente. Hezbolá ha sido para los libaneses toda una autoridad, tanto política como militar durante el conflicto, mucho más que el lejano Gobierno de Beirut. Ahora, en lo social, Hezbolá se está marcando otro tanto gracias a las ayudas que ha ofrecido a todos los civiles que han perdido sus hogares en los bombardeos israelíes, a los cuales se les ha prometido pagar sus alquileres durante un año. Son pocos los que en el sur del país de los cedros se acuerdan que fue el Partido de Dios, mediante el secuestro de los dos militares israelíes y el lanzamiento de misiles Katiusha provocaron esta guerra. Ahora sólo se piensa en benefactores, en la gente que les está prestando su ayuda para salir del atolladero, en el odio común a Israel, en la gente que defendió durante la guerra sus casas del enemigo… Hoy los chiíes libaneses sólo piensan en un líder, y ese es Hassan Nasralá.