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VÍCTIMAS DE TERRORISMO

La guerra de cifras se dejó notar también en la calle

Por Alejandro RequeijoTiempo de lectura4 min
España25-02-2006

Desde primera hora de la tarde las nubes que cubrían el cielo de Madrid amenazaban con hacerse notar en forma de tormenta. Un chaparrón que también anunciaban sus calles, aunque de otro tipo. Acostumbradas a guardar silencio, las victimas del terrorismo preparaban su particular descarga de rayos y truenos.

Las pancartas y los gritos no dejaban ninguna duda sobre el destinatario de sus iras. “Zapatero vete con tu abuelo” o “ZP, ETA te tiene cogido por los vagones” eran sólo el indicativo de que al inquilino de la Moncloa, al menos esa tarde, le tocaba sacar el paraguas. Aun faltan 45 minutos para el inicio de la marcha y la céntrica Plaza de Colón ya presenta un estado distinto al de cualquier otro sábado. Los habituales patinadores urbanos se ven invadidos por grupúsculos de manifestantes, banderas, algunos autobuses estacionados junto a la acera y más policía de lo normal. Horas después ya no habrá lugar para monopatines ni piruetas. “La calle es nuestra”, explica un hombre después de recibir el permiso de la autoridad para ocupar el asfalto. Pero todavía es pronto. A esa hora la actividad se desarrolla a más de un kilómetro de allí. En la Plaza de la República Argentina, la AVT calienta motores y ultima los preparativos mientras la multitud coge sitio a uno y otro lado de la vía. Para matar el tiempo, algunos hacen su particular repaso de la actualidad. El Estatuto, Maria Teresa Fernández de la Vega, la Alianza de Civilizaciones, nadie esta a salvo del análisis de los manifestantes. La oposición hace amigos y gente que no se conoce de nada se junta en pequeños comités unidos por su común rechazo al Gobierno. “Es lo bueno de la democracia que les quedan dos años y fuera. Ya lo arreglaremos” dice la voz cantante de uno de estos corrillos. No hay gritos, se impone el sonido del helicóptero que acompaña a la riada de gente calle abajo y ya no la abandonará en ningún momento de la tarde. La marcha comienza puntual y tras los empujones de rigor se escuchan los primeros cánticos. “¡Zapatero embustero!”, “¡España merece otro presidente!”. Es el megáfono de la AVT el encargado de recordar el verdadero sentido de la concentración. Se arranca con un “¡No son presos, son asesinos!” que es seguido al unísono por todos los presentes. Los mayores aplausos son para la cabecera de la manifestación. “¡Irene!, ¡Irene! ¡Irene!”. En su silla de ruedas, la joven Irene Villa responde con sonrisas a los halagos. Ella y la viuda Pilar Elías, unos metros más atrás, son las víctimas menos anónimas y por tanto más reclamadas por el entregado público. A mitad del recorrido los periodistas empiezan con la pregunta del millón. “¿Se saben ya los datos de participación?”, pregunta un fotógrafo. “Ni idea, vete a los de las radios que siempre están más puestos“. “¡La Comunidad de Madrid dice 1.200.000!” apunta una joven que lleva un micrófono verde. “¿Y la Delegación de Gobierno?” pregunta otro. “Todavía no se sabe”. A las seis de la tarde el cielo cumplió su amenazaza. “Madrid llora a las víctimas del terrorismo” dice la periodista Isabel San Sebastián. La velada se ensombrece por momentos, la tinta de las pancartas de papel se empieza a difuminar (los más previsores las cubren con plásticos), las de tela pesan demasiado para sujetarlas a pulso al igual que las banderas que van dejando paso a un mar de paraguas mucho menos colorido. “¡Cerrar los paraguas, que así parece que somos menos!” grita un hombre sin mucho éxito. La gente ya no se pelea por las primeras filas sino por los escasos lugares cubiertos. El sonido del helicóptero denota que la intensidad de los cánticos también ha bajado. Pero los aplausos al paso de las víctimas no cesan. Por cierto “¡La comunidad de Madrid sube a 1.400.000!”, “¿Y Delegación?”, “Todavía no se sabe”. El mar de gente va llegando al final del tramo. Un escenario habilitado para la ocasión en la Plaza de Colón acoge la lectura de los discursos que ponen el punto y final a la marcha. Se aprovecha la ocasión para guardar un minuto de silencio en recuerdo de las víctimas. Los asistentes muestran su sentido respeto sólo estropeado por el helicóptero que de nuevo recuerda su presencia. Para terminar una periodista le susurra a un compañero: “Delegación de Gobierno dice 110.000”. Automáticamente los dos dejan escapar una significativa sonrisa pícara, como la de un niño al que le acaban de contar un secreto. El gesto lo dice todo: algo no cuadra.