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CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR

Enemigos de la familia

Fotografía
Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión15-05-2005

El valor de la familia ha provocado reacciones de todos los colores. Era de esperar, y por eso guardaba en la recámara la genial reflexión de Chesterton: “Quien ataca a la familia no sabe lo que hace, porque no sabe lo que deshace”. Muchas reivindicaciones mal disfrazadas de liberales y progresistas, de derechos que no son derechos, suponen un ataque frontal a la familia. Debemos preguntarnos quién, jugando con los sentimientos y las palabras, ataca a la familia y, lo más importante: por qué. El matrimonio y la familia protegen y potencian al hombre: le forman en su autoestima, le educan, le amparan en los momentos difíciles, le consuelan, le proyectan personal y profesionalmente, le vinculan a nuevas familias, le acercan a su plenitud. Por eso, las familias sólidas garantizan una sociedad civil fuerte. Algunos poderosos, sin embargo, para cumplir sus sueños de grandeza necesitan de una sociedad civil débil, formada por individuos y colectivos fácilmente manipulables. Por eso, el capitalismo económico y el intervencionismo político se alían en la destrucción de las familias: romper los lazos íntimos del hombre debilita al hombre. Un ser humano sin relaciones profundas con otros queda aislado y perdido, abatido por los avatares de la vida y merced a las manipulaciones propias del consumo y las ideologías. Cuando el hombre no es abrazado por su familia, busca abrazo y consuelo en las promesas inmediatas de la televisión, regala su dinero por un frío abrazo del consumo. Cuando el hombre no se encuentra acogido por los suyos, abraza el calor de las utopías políticas, regala su voto por un abstracto abrazo de ideologías. La apuesta de las empresas de comunicación y de la publicidad por unas relaciones personales superficiales e intercambiables es una apuesta por los vínculos débiles, que hacen manipulable al hombre. La apuesta por una sexualidad desvinculada del amor es una apuesta por la fractura interior del hombre. La apuesta por el divorcio express, que permite a uno de los cónyuges romper un matrimonio unilateralmente y sin dar explicaciones, es una apuesta por la disolución rápida de las familias. La apuesta por llamar matrimonio a la unión de personas del mismo sexo es una apuesta por debilitar la milenaria institución matrimonial y familiar. La apuesta por soluciones habitacionales de menos de 30 metros cuadrados es una apuesta por hogares conformados por no más de una o dos personas. La apuesta por un modelo de enseñanza único y que abarque cada vez más horas es una apuesta por evitar que los padres eduquen en libertad a sus hijos y dejar, a estos menores, en manos del Estado. La apuesta por una política contraria a la natalidad -anticonceptivos, poca protección a la familia numerosa, píldora del día siguiente, etc.- es una apuesta por una sociedad reducida, débil, vieja. La apuesta por el aborto libre es una apuesta por enfrentar a la madre con su hijo y con el resto de la sociedad. Todas estas apuestas tienen un efecto inmediato, palpable ya entre muchos de nuestros adolescentes: personas psicológicamente débiles, faltas de afecto y de referentes, sin muchas ideas claras y sin fuerza para luchar por ellas; se convierten en objeto preferente de la publicidad, del cambio mensual de móvil o de videojuego, del cambio de plan educativo, del voto fácil y demagógico. Repensemos la cita de Chesterton: quien ataca a la familia, deshace la familia, deshace los vínculos entre las personas, deshace los referentes fundamentales, deshace los nacimientos que garantizan nuestro futuro, deshace las promesas de amor indefinido, deshace la tradición que pasa de padres a hijos, deshace los corazones de los adolescentes, deshace una la sociedad civil fuerte frente a los poderosos, deshace nuestro presente y nuestro futuro. Por nuestros adolescentes, por una sociedad civil madura, por nuestra familia y por la de nuestros hijos, por nuestro presente y por nuestro futuro, le invito, querido lector, a la gran manifestación del próximo 18 de junio, sábado, en Madrid. Pero, querido lector, no venga débil y solo. Venga valiente y poderoso, arropado y acogido. Venga con su familia.