CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
Aconfesional y laico
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión26-09-2004
La gran sacerdotisa adoradora de la Constitución, María Teresa Fernández de la Vega, piensa que todo el cosmos español -incluida su dignidad como persona y, más importante para ella, como mujer- debe ser medido y regido por la Regla Suprema. Así ha justificado la última ofensiva gubernamental: contra las religiones en general y contra la Iglesia Católica en particular. Justifica esta medida, cómo no, citando el sagrado texto constitucional, libro de cabecera y de meditación, principio de vida y vocación final de la existencia de esta buena mujer. Según ella, “aquí estamos en un país, un Estado, con una Constitución aconfesional y, por lo tanto, laica y vamos a seguir trabajando en esto”. La menestra mental de la ministra resulta tremenda: identifica “aconfesional” y “laico” y saca sus conclusiones. Si además de la Constitución repasara otros textos seguro que aprendía a meditar su bíblia con más hondura. Afirmar que “Ninguna confesión tendrá carácter estatal” (Art. 16.3. de nuestra Constitución) no significa que el estado sea laico sino, más bien, lo contrario: que el Estado ni profesa una religión concreta ni deja de profesarla. Un Estado laico sí que profesa algo: la supresión de la dimensión religiosa de todos los ámbitos públicos. Ser aconfesional significa no afirmar una confesión determinada. Ser laico significa anular, eliminar o ignorar toda dimensión religiosa y espiritual en el hombre. Es muy distinto. Tan distinto, que nuestra Constitución, en el mismo artículo en que se declara aconfesional, sostiene que: “se garantiza la libertad ideológica, religiosa y de culto de los individuos” y que “los poderes públicos tendrán en cuenta las creencias religiosas de la sociedad española y mantendrán las consiguientes relaciones de cooperación con la Iglesia Católica y las demás confesiones”. La sacerdotisa de la Constitución resulta que no han entendido la sacrosanta Constitución. Si lo hubiera hecho, no diría que nuestro Estado es laico (por cierto, no existe “El Estado”, existimos los “españoles”, y un 90 por ciento estamos bautizados), y tampoco diría que hay que trabajar en eso, en quitarle privilegios a la Iglesia Católica (especialmente protegida por la Constitución), sino más bien lo contrario. Y no sólo por razones espirituales (más espíritu que la Constitución no admitirá la ministra), sino bastante tangibles y también protegidas por la ley de leyes: “Los poderes públicos garantizarán la conservación y promoverán el enriquecimiento del patrimonio histórico, cultural y artístico de los pueblos de España y de los bienes que lo integran...” (Art. 46) Pregúntense si el cristianismo tiene o no algo que ver con eso.