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EL REDCUADRO

Del capetazo al pajarazo

Fotografía

Por Antonio BurgosTiempo de lectura3 min
Opinión12-09-2004

No habrá carpetazo, pero hay pajarazo. Y no habrá comparecencia con carpeta. La famosa carpeta azul de Aznar, que si hubiera un Museo de la Política Contemporánea tendría que legarla, para que la expusieran allí junto al traje de pana de González, el tricornio de Tejero, el paquete de Ducados de Suárez, la máquina de cafelitos de Mienmano, la cal viva del GAL, la gabardina de Roldán y el chaleco de cuello alto de Marcelino Camacho. Aunque este último lo estamos viendo muchísimo últimamente. Marcelino Camacho se lo ha prestado a Javier Bardem, que es de la causa, para la película de la eutanasia. Cada vez que veo a Javier Bardem en el lecho de la inmovilidad con el jersey de cuello alto de Marcelino Camacho pienso en la tetraplejia que le entró a estos sindicatos paralizados por las subvenciones, que consienten que el Izar del Astillero sea el arriar de los lunes al sol. Tenemos un sindicalismo a media asta, pero eso es otra cuestión. La cuestión es que ha dado el pajarazo la comisión de ese 11-M en que murió mi recordada Angélica González García, la estudiante de Filología Inglesa de la Complutense a la que desde aquella explosión en la estación de Santa Eugenia sigue buscando su gata Truchi por los rincones de una casa de Alcalá de Henares donde ahora no habita el olvido, sino la pena. El error del pajarazo es que en mal sitio han ido a poner la era. Dada la composición de fuerzas parlamentarias, del Congreso no puede salir la verdad, sino el paripé que convenga. Han dado el cante. Por la Piquer: «Que no me quiero enterar, no me lo cuentes, vecina». La soga del ahorcado son esos muertos que, quiérase o no, sirvieron para llevar a ZP al poder y a las ministras al «Vogue». Lo del «Vogue» chorrea sangre, sí, sangre de Atocha un día de marzo. Si hubieran querido saber la verdad, habrían llevado el asunto no al Congreso de los Diputados, sino a las comisiones investigadoras de la parrilla rosa. A los hechos me remito: nos quedamos sin saber lo principal de las muertes de Atocha, del Pozo y de Santa Eugenia, pero en cambio lo sabemos todo acerca de la muerte de la hija de Antonio Ordóñez. Pregunten lo que quieran sobre esa muerte, que en cualquier rincón de España lo saben todo de coro, con pelos, señales, hierro y divisa. En estas comisiones informativas de peaje y a tanto la pieza sí que ha comparecido todo el que tenía algo que decir e incluso algunos ex maridos que tenían que haberse callado la boca. Y si esto es el lamentable 11-M rosa del que lo hemos sabido todo, nada digo del 14-M rosa que ha sido su segunda parte, la cuestionada entrevista de la nieta política de Antonio Ordóñez. Ni el centenario Quijote, ni las guerristas Obras Completas de Lope de Vega, ni el texto de la Constitución Española ha sido nunca tan minuciosamente analizados y explicados por los especialistas como unas páginas de revista del corazón escritas por un impostor. Pregunten lo que quieran de esa ruptura, que España entera sabe de ella bastante más que de la famosa y nonnata ruptura democrática de cuando la transición. Sin salir de una sola familia, con una madre, un hijo y una esposa, la España más lamentable ha echado el verano asistiendo en vivo y en directo a la formulación de conclusiones de la más prolija y concienzuda comisión informativa, sin el menor respeto por la muerte ni por la intimidad. Lo que voy a decir es muy fuerte, mas tristemente verdadero: si en vez de la pobre Angélica, la madre humana de la gata Truchi, en el tren de Santa Eugenia hubiera ido la hija de Antonio Ordóñez, quizá sabríamos ya toda la verdad.

Fotografía de Antonio Burgos

Antonio Burgos

Columnista del diario ABC

Andaluz, sevillano y del Betis

** Este artículo está publicado en el periódico ABC y posteriormente recogido de AntonioBurgos.com por gentileza del autor