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ANÁLISIS DE LA SEMANA

Un rey hacia la sabiduría

Fotografía

Por Amalia CasadoTiempo de lectura2 min
España28-12-2003

Este rey se hace mayor, a pesar de haberse sometido, según se cuenta, por una terapia de rejuvenecimiento exterior. Un rey que se hace mayor debe sentirse cada vez más igual a todos los hombres, porque la vejez acerca a la muerte, y aún en lechos distintos, unos con suaves sábanas y mandos a distancia, otros más ásperos y sencillos, ese punto final nos llegará a todos. A todos por igual y sin distinción. La vejez debe de despertar la sensibilidad de los hombres, una sensibilidad especial, más profunda. Quizás viene acompañada de cierta nostalgia algo dolorosa, de recuerdos sobre sueños no alcanzados. Y de miedo. Pero sobre todo debe de ser un momento maravilloso en el que recordar –que significa volver a pasar por el corazón- y disfrutar de las grandes obras hechas, especialmente, de las obras hechas con amor. Es el sabor alegre y profundo de éstas el que hay que aprender a gustar cuando los años se acumulan entre las arrugas, aunque uno se las estire para parecer más joven. Hay arrugas, las arrugas del alma, que son bellas, que no hablan de vejez, ni de final, ni de inválido, sino de vida, de experiencia, de sabiduría, de alegría. Son arrugas como cicatrices, en las que se puede descifrar lo vivido, que contienen océanos de segundos, de instantes, de recuerdos, de decisiones, de amor, de faltas de amor. Un rey también ama. Un rey también tiene que recorrer un camino personal e intransferible en su vida: un crecer cada día, un exigirse más y más, un ser cada día más, más hombre, más bueno, más comprensivo, más espiritual, más cercano a la verdad. La vejez debe acercar a eso: a la verdad de las cosas. Por ello es significativo el mensaje del rey esta Navidad, de un rey que envejece y que ve cómo sus compañeros de generación, con los que ha conducido el barco del mundo, envejecen también: Es un rey el nuestro que anda reconquistando la verdad de las cosas, que anda a la reconquista del hombre y de sus valores espirituales, y que, ante la inminente ancianidad, no puede evitar hablar, porque probablemente lo sienta como una responsabilidad humana y personal, de justicia social y preocupación por los más débiles. Sólo falta un paso más, un paso ascendente con claras referencias espirituales, y el Rey será ese gran ejemplo que España, el mundo y su propio hijo necesitan.

Fotografía de Amalia Casado

Amalia Casado

Licenciada en CC. Políticas y Periodismo

Máster en Filosofía y Humanidades

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