CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
El árbol de decisiones
Por Álvaro Abellán
2 min
Opinión17-11-2003
Cada elección de nuestra vida supone muchas renuncias: avanzar hacia un destino y dejar el resto a un lado. Una decisión, luego otra, y otra... muchas de ellas excluyentes entre sí no ya en determinada circunstancia, sino de por vida. ¿Ciencias o letras? Y la decisión, grave como los candados que cierran las grutas desechadas, golpea sobre la conciencia, y el sonido del cerrojazo retumba en ella por siempre. “Ciencias”, se impone como respuesta a muchos futuros universitarios: así dejas más puertas abiertas y restringes menos tu camino en el futuro. Una lectura estrecha de nuestra idea de libertad nos empuja a mantener siempre más opciones abiertas, a competir por nuestra libertad de maniobra, a creer que en la infinita indeterminación podemos ser libres. Ciegos somos, si el acero y herrumbre de las decisiones no tomadas corroe nuestro espíritu. Ciegos, por no apreciar la luz alegre y ligera de la opción vivida, fruto de nuestra apuesta, que encauza nuestras posibilidades futuras y es lecho fiel de nuestras determinaciones. Quitémosle al alfil sus ocho por ocho casillas, sus perfectas diagonales, su definido campo de juego y, ¿cómo podrá ser libre? Quitémosle a Novecientos, el mejor pianista del mundo, su precioso teclado de 88 negras y blancas y, ¿qué libertad creadora tendrá? La indeterminación terminaría por disolverle en la nada infinita. Nada más superfluo, incluso para el filósofo, que perderse en estériles y engañosas preguntas del “¿y si...?” Porque aquello nunca fue, nunca será y seguramente, por razonable que fuera nuestra argumentación, nunca hubiera podido ser. ¿Cuántas veces sale algo en nuestra vida exactamente como lo planificamos? ¿Cuántas veces la realidad nos ha sorprendido? Si alguno responde “nunca” tendré que preguntarle “qué realidad”. Pues los agoreros del futuro suelen ser aquellos del “te avisé”, aquellos espíritus de la pesadez cuya memoria y conciencia se hunde bajo las cadenas de las opciones desechadas sin que en un solo momento de su vida alzaran la vista y miraran, con pureza, cuál es la realidad. ¡Ah! Si por una vez sonrieran y apostaran, hermosos y ligeros, elegantes, por la vía que tomaron. Vía que sólo queda muerta si desiste el caminante. No basta elegir con la cabeza, debe mirarse desde el corazón.