CRÓNICAS DEL ESPACIO INTERIOR
ADN
Por Álvaro Abellán2 min
Opinión22-09-2003
Luis Ignacio Parada reflexionaba hace unos días en su columna de Abc sobre “lo que prueba y lo que no prueba el ADN”. Hacía muy bien, porque la precisión y potencialidad de semejante ejercicio científico puede nublar fácilmente la realidad de los hechos. No sería la primera vez -parece que no nos cansamos de esto en los últimos siglos- que la contundencia de la ciencia nos deslumbra hasta cegarnos en otros ámbitos distintos de ésta. El análisis genético no prueba la culpabilidad de King en los asesinatos de Rocío Wanninkhof y Sonia Carabantes. Lo único que prueba es que King fumó esa colilla encontrada junto al lugar en el que Rocío fue atacada, y que King fue arañado en el rostro por Sonia. Eso sí son evidencias. Todo lo demás, no lo prueba la ciencia, sino que lo induce la inteligencia de los investigadores. Lo induce, además, desde el rigor que brindan muchas otras evidencias escrupulosamente vinculadas y contrastadas. Me ha llamado la atención que aún nadie se haya lanzado a investigar ese ADN, que alguno haya tratado de comprar su mapa, o que algún cerebro destacado no proponga que a partir del ADN de King podremos eliminar, según nazcan, a los futuros asesinos y violadores. Sería una medida muy propia del “crimen preventivo” de Minority Report, como “preventiva” fue la guerra de Iraq. En cualquier caso, dicho cerebro no sería muy original: similares propuestas están apuntadas en las obras de Orwell (1984) y Huxley (Un mundo feliz). Es increíble cómo se sostiene el prejuicio del hombre apasionado por la ciencia como un ser luminoso, eficaz, salvador, después de mitos como el de Frankenstein y Mr. Hide. O como en el caso del asesino de Rocío y Sonia, cuya prueba definitiva de ADN se encontró hurgando en los calzoncillos de King.