APUNTES DE BANQUILLO
Por qué ser del ‘Atleti’
Por Roberto J. Madrigal2 min
Deportes27-04-2003
De centenario en centenario –Recreativo de Huelva, Athletic de Bilbao, Barcelona, Real Madrid…– le llega el turno a un Atlético de Madrid que rompe moldes. Lo malo es que esos moldes son inclasificables: tan pronto pasa del fracaso a la gloria como al revés, sin solución de continuidad. Sólo en los últimos años, hemos podido asistir a un doblete mágico y a un par de años en Segunda División. Sin títulos, sin mayores motivos aparentes, no hay duda de que ser del Atlético es una cuestión de fe. El club refleja a las claras –o era al revés– la personalidad de un presidente, Jesús Gil, cuando menos peculiar. Con una vitola de mito, entre comillas, más próxima a los grandes pícaros y bandoleros de la historia de España –salpicado por escándalos como el de las camisetas, inhabilitado de cargos públicos, con casi más visitas a los juzgados que al palco, con una legión de enemigos “facinerosos” de la que no se puede olvidar, con una intervención judicial en el club–, el legado de 15 años se resume en pocos títulos –una Liga y tres Copas–, una lista interminable de entrenadores –sobre todo en sus primeros años–… y líos: fichajes de relumbrón pero fugaces, como Juninho, Vieri y Hasselbaink. Dineros perdidos y recuperados con cuentas opacas, dimes y diretes con los que saben de fútbol, Luis Aragonés y Paulo Futre… Si pensáramos en qué queda de todo esto, sería imposible pensar –con dos dedos de frente– cómo es posible que haya una legión de aficionados capaces de seguir un estilo de vida como éste. Porque después de todo, el aficionado atlético es buena gente como el que más. Queda claro, pues, que lo único que sobra son ciertos personajillos de dudosa moral. Dicho finamente. La identidad rojiblanca no es, pues, la de un equipo ganador, sino que se define por oposición a sus dos rivales por antonomasia: el Real Madrid –sobre todo– y, en menor medida, el Barcelona. Lo malo es que en la medida en que a uno de los dos grandes le dé por alejarse del guión de cada temporada, aspirar al título por encima de todo, el destino y el estilo del Atlético parecen diluirse: cuando la UEFA parece al alcance, el equipo se viene abajo. Así que quizá el Centenario del Atlético sea una buena ocasión para recordar, después de todo, los grandes momentos del Atlético. Lo malo es que esos momentos de gloria se pueden resumir rápidamente, pero siempre con un regusto de amargor: la final de la Copa de Europa que estaba ganada y perdió en una prórroga maldita, allá por 1974, y la Copa Intercontinental que ganó el mismo año de rebote, puesto que el campeón, el Bayern de Munich, se negó a participar. Tampoco la Recopa de 1962 se libra del sino atlético: se ganó al Fiorentina… cuando no era favorito. Felicidades para los que lo merecen.