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APUNTES DE BANQUILLO

Van Gaal no era el culpable

Fotografía

Por Roberto J. MadrigalTiempo de lectura2 min
Deportes02-02-2003

El cambio de talante con que Louis Van Gaal había afrontado su segunda etapa en el Barcelona quedó reflejado en su despedida: si hace tres años se despidió con prepotencia: “Amigos de la prensa, yo me voy. Felicidades”, esta vez lo hizo con emoción, con autocrítica –reconoció que no cumplió sus expectativas–, con sentido común –la opinión del entorno pesa más en el club azulgrana que lo estrictamente deportivo–… y con una frase que algunos se han tomado a chufla, pero que es más verdadera: “creo que yo soy el entrenador más idóneo para sacar al equipo de la crisis”. Hubiese sido muy probable que no lo consiguiera, pero no ya por un problema de método, a pesar de la evidencia de que el equipo no funcionaba, sino porque sería casi imposible hacer reaccionar a unos jugadores apáticos y acomodados, a pesar de decisiones tan controvertidas como la de sentar a Riquelme y Saviola en el banquillo. Habrá que ver si con ellos en el campo, el Barcelona es capaz de encontrar su juego y la confianza, y dudo mucho que lo consigan. La mala planificación y gestión deportiva de los responsables del Barcelona, con una plantilla coja, me parece una losa más pesada que las ideas de un técnico. Al club azulgrana, además, le falta definir su organización: un secretario técnico que no defiende al entrenador, que no sabe si quiere volver a entrenar al equipo, que ocupa su cargo porque no tiene otro acomodo mejor –al no querer romper su contrato– dentro del club… El del Barça es un problema de organización. Cuando no se consigue cuadrar el presupuesto a pesar de estar buscando ingresos hasta debajo de las piedras, algo no funciona. Del plan de saneamiento que puso en marcha hace un mes Joan Gaspart, como parche a pañolada por la derrota contra el Sevilla, no se ha vuelto a hablar. De las charlas del presidente con los socios, tampoco. Es normal que el socio culé se desespere: se puede estar tres años sin ganar títulos, como pasa en el balonmano, pero no a costa de dañar la imagen de un club centenario. Aunque el Barça finalmente no descienda a Segunda –sólo sería posible con una catástrofe–, el daño que se ha hecho al club y a la figura del presidente es de consecuencias impredecibles. Gaspart, especialista en darse prórrogas, se ha vuelto a jugar el futuro a una carta: pero si el equipo no funciona, el siguiente en hacer las maletas tendrá que ser él. Debería darse cuenta de que no hay soluciones mágicas, tan sólo sentido común –lo único que puede asegurar Antic–, y que los paños calientes nunca funcionan, pero no aprenderá: así que del Barcelona sólo se puede esperar que dé alguna que otra victoria. De sus dirigentes, habrá que esperar a que prospere una moción de censura y se convoquen elecciones. Algunas cosas no cambian.

Fotografía de Roberto J. Madrigal