ANÁLISIS DE SOCIEDAD
La procesión va por dentro
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad04-04-2018
La devoción popular que se ha visto estos días en las calles españolas puede hacer pensar que estamos ante un cristianismo fariseo, de puertas afuera, de postureo y competición y de temporada. Ocurre igual cuando las iglesias se llenan (aunque cada vez menos) ante la convocatoria social de las denominadas BBC (bodas, bautizos y comuniones), en las que los asistentes andan más perdidos que un burro en un garaje, no saben responder a las oraciones de la ceremonia y ni siquiera se levantan o se arrodillan cuando se requiere. He visto a varios curas hiperventilar por ello (y con razón) hasta condenarse a la paciente resignación.
Pero algo llevará el río cuando el agua suena.
Algo habrá en esas lágrimas que brotan ante el paso de esa imagen, por bonita o fea que sea, por recargada de oro o sencilla que luzca, por bien que la muevan decenas de costaleros o aunque confundan el paso y se desequilibren unos pocos de pares de anderos, o peor aún, el paso vaya sobre ruedas.
Alguna explicación tendrán los pies descalzos, las cadenas que hieren los tobillos, las cruces a cuestas y los penitentes arrodillados. Seguro que hay motivos en las noches en vela y los ayunos, y hasta en las torrijas y los potajes cuyos aromas embriagan el viento como la voz rota y sabrosa de una saeta.
Y esas bandas de música, esas muñecas rotas que bien o mal marcan los pasos con un tambor o una caja. Y las flores y las horas que las acompañan para estar colocadas junto a los rostros serenos que adquieren por mano humana el Señor o la Señora.
Las procesiones, sí, también esas en las que se comen pipas, son la catequesis callejera para muchos católicos que no saben que lo son, pues muchos rezaron estos días en las calles cuando pocas veces lo han hecho ante el Sagrario. Dios sabrá sobre su fe. Pero de lo que todos podemos estar seguros es que la procesión va por dentro, que los últimos serán los primeros y que los arrepentidos son los preferidos de quien inventó todo esto. Y, encima con sentido del humor: ¡Hasta los ateos y despegados disfrutan de las vacaciones de Semana Santa!
Algún día sabrán que, aunque no participen en ningún acto religioso, cualquier cotidiano atardecer será una obra de arte mejor ejecutada que la más perfecta realización humana. Y eso es lo que se recuerda en Semana Santa: que lo crea todo de nuevo por su locura de amor también a los que no pisan jamás una iglesia y viven sus procesiones por dentro.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo