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ANÁLISIS DE CULTURA

La atrocidad explicada sin vendas

Fotografía

Por Marta G.BrunoTiempo de lectura2 min
Cultura10-01-2018

El verdor de la selva contrasta con el vivo color naranja de los trajes de los monjes budistas que resisten al paso hacia la modernidad. Los conciertos nocturnos que ofrecen los insectos denotan calma. Y el cariz es de esperanza que quiere dejar atrás el gris de su pasado, color que sólo las paredes de sus templos de inspiración hindú deben mostrarse ahora a los miles de turistas que los visitan cada año, la esperanza económica. Las que descubrió el explorador Mouhot, la pasión que le mató, o mejor dicho un mosquito que llevó la gloria del descubrimiento (que no el primero pero sí en dejarlo escrito) a la misma defunción. De nacionalidad francesa, país donde el genocida Pol Pot se educó. Penosas coincidencias en un lugar que acababa de abandonar la batuta del colonialismo.

 De nuevo el ser humano más primitivo enseñó sus fauces, la prueba queda de nuevo impresa en la historia y plasmada en la obra maestra Se lo llevaron: recuerdos de una niña de Camboya, dirigida por Angelina Jolie, que opta al Oscar a mejor película en habla no inglesa y que retrata con la mayor de las crudezas ese capítulo de una sociedad a la que aún no se le ha terminado de caer la costra de la crueldad vivida no hace demasiado tiempo. Un país se supone neutral, en un enclave entonces peligroso, donde lo prometido era que las bombas de Vietnam nunca caerían allí. Pero lo hicieron. El pueblo camboyano recibió azotes por varios frentes y durante muchos años. Hoy respira tranquila. La primera generación que lo hace en 100 años.

 En el mausoleo camboyano está esculpido el costumbrismo de entre los siglos IX y XV, en pleno fulgor del imperio. Pero las sociedades cambian, se transforman, se degeneran hacia la imposición, en este caso, de la revolución campesina de inspiración maoísta. Pol Pot en busca del enemigo invisible que en su deriva psicótica fulminó a un cuarto de la población camboyana, una locura disfrazada de Kampuchea democrática de un ejército de jemeres rojos que evacuó de manera forzada a toda la población urbana. Ejecuciones, trabajos forzados, hambrunas, familias rotas, la persecución del jemer hacia el jemer: auto-genocio delirante.

Para los camboyanos la esperanza está en el recuerdo divino de sus magnánimos templos, testigos de la muerte pero también de la opulencia ancestral, escondidos en una selva de 300 kilómetros cuadrados que guardan el peor enemigo del ser humano: él mismo y las hasta cuatro millones de minas repartidas con alevosía. La activista Loung Ung vio cómo explotaban a su alrededor. Sólo la astucia, la fortuna y la paciencia lograron que con nueve años escapara de la muerte. La atrocidad está relatada sin vendas en una película que nos da un toque de atención. Por desgracia hemos aprendido a contar las cosas tal cual suceden. Sólo así logramos desde nuestro cómodo sofá ponernos en la piel del inocente.

Fotografía de Marta G.Bruno