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ANÁLISIS DE CULTURA

Seriormidina: el antídoto más buscado

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura5 min
Cultura06-09-2017

El reloj está a punto de marcar las 20 de la tarde. Vaya, ya hemos roto los cánones, ¡se supone que el tiempo vuelve hacia atrás a medianoche! No importa, continuamos. Bajamos las escaleras de un antro que nos han recomendado como uno de los mejores de la ciudad de los rascacielos. Pagamos nuestras entradas, 20 dólares cada una, baratas pensaría más tarde cuando desperté del viaje. Y nos sentamos en primera fila. Lo primero que pienso es que podemos ir diciendo adiós a nuestros tímpanos, a punto de sufrir el colapso tras el tintineo constante que produce la batería que tenemos a pocos centímetros de nuestras cabezas. No había más espacio, así que no queda otra. El lúgubre sótano no debe medir más de 30 metros cuadrados, está abarrotado de gente y con suerte nos hemos sentado.

El móvil avisa, son las 20:00. De repente, todos nuestros artilugios electrónicos dejan de funcionar, justo antes de que aparezca la banda de música, todos bien entrados los 60 y con una mirada especial que hace presagiar que algo bueno va a ocurrir. El tintineo de la batería  y sorpresa, mis oídos no sólo no se quejan, sino que piden más. La belleza del piano, la elegancia del saxo, el poder del contrabajo. La voz melódica y profunda. Se ha parado el reloj. Hemos viajado al Nueva York de los años 20. Y lo hemos entendido todo.

 Los primeros músicos de Jazz se dedicaron a este arte de manera casi marginal. Antes de Louis Armstrong sonaron muchos acordes que se quedaron en sentimientos no encontrados por el resto. Después llegaría la ley seca, los años locos, Al Capone, la Original Dixieland Jass Band. Celebremos que ha terminado la Gran Guerra, vivamos este glorioso sueño hasta que la Gran Depresión nos despierte a todos como si de la peor de las pesadillas se tratara. El medicamento con el que celebramos la vida.

 Las 22:00. Volvemos a nuestro año, el incierto 2017. Subimos las escaleras y Greenwich a esa hora vive taciturna casi con alevosía, molesta. Yo la comparo con un Madrid centro a las cuatro de la mañana, hora en la que las calles pueden ofrecerte grandes sorpresas poco recomendables.

 La mañana siguiente nos transporta a Harlem, a una comunidad que persiste con su peculiar forma de ser, inclusiva, no exclusiva. Vivimos una misa donde somos invitados como uno más, nadie nos recluye en el gallinero como habíamos escuchado. Y la señora mayor que está sentada a mi derecha me da la mano. Todos nos la damos de hecho. No sé si la hipocresía dura una hora o todo es verdad. Pero lo vivido en nuestra escasa experiencia en Nueva York me da la respuesta. Y es mucho más solidaria que la vivida con extraños en mi día a día. Algo que me hace dar cuenta de lo estúpidos que estamos siendo en Europa. La más vieja de las naciones se está convirtiendo a su vez en la más inculta con todo el bagaje que lleva cargado en su espalda.

 Y salimos de nuestra nube, y entramos en otras tantas, unas con olor a tubo de escape, otras las escupen las alcantarillas, otras los carritos de comida poco apetitosa. Y la última de ellas, bien negra, proviene del taxista, del que nos lleva a nuestro vuelo de vuelta a casa. El que con toda la amabilidad y educación del mundo nos explica en quince minutos su visión del país en el que le ha tocado nacer. Y con mirada yo diría que entre desconfiada y desanimada nos reconoce que su sistema es tan fuerte y consolidado que ninguna suerte de Obama podrá acabar con él. Porque el problema no fue suyo, ni lo será de Trump.

 Porque me reconoce que nos envidia como continente. Que ojalá existiera en su país una suerte de Renta Básica Universal como ocurre en Finlandia. Le comento que no es oro todo lo que reluce. Pero para muchos de ellos el viejo sueño americano se desvanece. Noto cierta utopía cuyo significado novelesco empieza a manchar todo lo que toca. Como el golpe seco que reciben los seguidores del que Ferguson, protagonista en 4 3 2 1 de Paul Auster, llama “el hombre del futuro” alias Kennedy. ¿Es que hay algún país contento con lo que tiene?  Escucho esos mensajes como un último aliento de auxilio.

 España nos espera con una nube todavía más negra, la que ha dejado la barbarie terrorista, la que vuelve a empañar el duelo manchado de tintes insultantes que olvidan a las víctimas para enfrascarse en un término que por desgracia está de moda: la posverdad. Como la boina de Madrid en los días más calurosos ha afeado todo el país en algo de lo que da vergüenza hablar.

 Y entonces la realidad, o lo que sea, se vuelve demasiado difícil de ver y escuchar. Y tratamos de engañar a nuestros oídos con los cantos de los dragones de Juego de Tronos. O incluso nos pone ver sucesos ficcionados despiadados convertidos en ¿héroes del narcotráfico? De nuevo la cultura es necesaria para olvidarnos por un momento de esa nube negra.

Os dejo el prospecto por si alguien lo necesita:

Nombre del medicamento: Seriormidina

Principio activo: hidrogenosuccinato de vuelo cósmico hacia otra cosa, a elegir

Indicaciones: tratamiento sintomático del síndrome del hartazgo genérico

Posología: una cápsula de 45 minutos al día

Efectos secundarios: se han dado casos en pacientes que han visionado más de 4 capítulos al día de desórdenes psicológicos con episodios de confusión mental. Es el peor de los casos. Lo mejor, véase una temporada en dos noches. Es mejor el remedio que la enfermedad.

Si ha tomado más Seriormidina de la que debiera: insistimos, tome toda la que vea necesaria.

Precio: 10€ (según marca)

Y si no, viaje al pasado. Volverá a ser igual de aciago o más que el presente, pero si puede elegir, hágalo en el lugar adecuado. A mí me gustó el jazz de los años 20 :)

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press