ANÁLISIS DE ESPAÑA
Escocia como aviso
Por Alejandro Requeijo2 min
España20-03-2017
Basta con asomarse a Escocia para entender que aceptar el referéndum que reclama el independentismo en Cataluña dista mucho de ser la solución. Básicamente porque el independentismo nacionalista nunca ha entendido la democracia como un fin en sí mismo, sino como la benévola coartada para alcanzar su objetivo final: la ruptura. Hubo quien pensó que el Estatuto de autonomía de 1979 supondría el final a las tensiones territoriales. Pero no. En 2005 hubo que hacer otro, con más cuotas de autogobierno que el anterior. Pero tampoco fue suficiente. Tampoco ninguna de las muchas concesiones a lo largo de las últimas décadas a cambio de la estabilidad a los diferentes gobiernos. Años de trato preferencial respecto al resto de territorios. Ahora el relato soberanista ha convencido a los independentistas -y a los que dicen que no lo son, pero compran su discurso- de que lo que realmente necesitan para ser libres cada mañana es una consulta. Ni siquiera la independencia. Que lo único que les diferenciaría del pueblo kurdo, por ejemplo, es un referéndum. Pero es una trampa. No lo quiso ver Cameron, lo intuye ahora May y debe tomar nota Rajoy o quien venga detrás de él.
Para contentar al independentismo, desde Escocia hasta Cataluña, haría falta repetirlo tantas veces como fuese necesario hasta que saliese lo que ellos quieren. Y cuando eso se produjese entonces ya ninguno más. Es decir, el referéndum como excusa, la democracia como chantaje. Y en esto han salido decenas de miles de catalanes a la calle a defender su deseo de seguir en España. El nacionalismo no ha tardado en comparar esa convocatoria con las suyas del millón de personas. Caer en ese juego es perverso. Básicamente porque lo que se denomina como la Cataluña silenciosa no tiene que medirse en la calle. Son sus gobernantes, en este caso el Gobierno quien tiene la obligación, el deber moral incluso de defenderles. Y en ese sentido, cabe exigirles mucha más voluntad de aceptar el reto de plantear batalla. No hay que irse muy lejos en la Historia de España para encontrar desafíos mucho más enrevesados en los que Estado de Derecho salió victorioso. Ahí está ETA, derrotada y mendigando que alguien le haga caso. Eso no ha sido gracias a una política de perfil bajo para no enfadar al enemigo, sino activando todos los resortes, desde políticos, institucionales hasta judiciales. Y que nadie piense que el problema se soluciona con la Guardia Civil en la Diagonal, pero tampoco saldando el desafío del 9N con un leve pellizco. Porque entonces, claro, lo volverán a hacer.
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Alejandro Requeijo
Licenciado en Periodismo
Escribo en LaSemana.es desde 2003
Redactor de El Español
Especialista en Seguridad y Terrorismo
He trabajado en Europa Press, EFE y Somos Radio