ANÁLISIS DE CULTURA
La premonición
Por Marta G. Bruno2 min
Cultura07-09-2016
Nadie hablará de nosotras cuando hayamos muerto no es sólo el título del drama cinematográfico de Díaz Yanes, es la premonición de lo que ocurrirá con esta era de políticos y pensadores que, zambullidos en la aparente improvisación o deficiente estrategia, dejan a su espalda un periodo político para el que ya podríamos hacer apuestas para elegir el titulo de los libros de historia. “2015-2016: El año decadente” “2015-2016: España sin Gobierno”.
Deberíamos de hecho aceptar sin miramientos que nuestro sistema político tal y como lo firmamos en 1978 se ha quedado más antiguo que el betún, ávido de reformas que formen un pilar democrático que, entre otras cosas, haga realidad aquello de la separación de poderes, la independencia judicial y la elección de los jueces entre profesionales alejados de tintes partidistas. Es ese el principal motivo por el que hoy todo se desmorona. Porque recordemos que fue la palabra corrupción, el “Luis, sé fuerte” y las tramas que enredan todo el país los que hicieron romper con nuestro cómodo bipartidismo. Porque no hemos sabido adaptarnos a la crisis económica, o porque aunque estemos saliendo de ella, cualquier tiempo pasado siempre fue mejor. ¿Tuvieron los señalados la culpa, o les dejaron hacer?
Quizás estemos viviendo de nuevo una crisis del parlamentarismo como la vivida en Europa en entreguerras, la que provocó un debate interno en el que participaron sociólogos, politólogos y constitucionalistas como Hans Kelsen, Ortega y Gasset, Max Weber o Carl Schmitt.
Lean este texto: “El proceso de desintegración que avanza en riguroso orden, desde la periferia al centro, de forma que el desprendimiento de las últimas posesiones ultramarinas parece ser la señal para el comienzo de una dispersión interpeninsular”. Y entonces llegamos a la conclusión de que, con su letra pequeña, España vive un constante bucle imperfecto, porque esas palabras forman parte de La España invertebrada de Ortega, escrito en 1922 y en el que el filósofo se queja de la falta de una clase dirigente capaz de enderezar este país. El fantasma de la desintegración deambulaba entonces como lo hace ahora.
En el ensayo Ortega pone como ejemplo la civilización romana como pistas de lo que realmente funciona aunque no todo el mundo esté de acuerdo. Sería el núcleo de la nación el “agente de totalización” que incorpora a las partes que entrarán a formar parte del todo. España, más que una nación, es “una serie de compartimientos estancos”, una suerte de decadencia iniciada en 1580. Lo que demostraría que no hay nada nuevo bajo el sol.
Mientras dimos el poder de delegar en 350 diputados el poder de formar un Gobierno, la desconexión se apodera de España, que decide recluirse desesperada en oasis vacacionales. Las ondas provocaron en algunos urticaria y el sonido del hemiciclo y su eco ensordecedor les generaron pesadillas. Hoy ni siquiera tenemos a Ortega. Y sí, hablarán de nosotros, pero mal.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press