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ANÁLISIS DE INTERNACIONAL

Hiroshima: perdón, respeto...

Fotografía

Por Isaac Á. CalvoTiempo de lectura4 min
Internacional30-05-2016

La presencia de Barack Obama en Hiroshima es todo un símbolo. Es el primer presidente estadounidense que visita esta ciudad japonesa, donde Estados Unidos lanzó la bomba atómica.

Es el lugar donde la explosión y la posterior radiación dejaron cientos de miles de víctimas, muchas de ellas de forma inmediata, y otras tantas que han ido muriendo durante décadas como consecuencia de los efectos secundarios del artefacto.

Por si no fuera suficiente, días después, una segunda bomba nuclear cayó en Nagasaki, con consecuencias también devastadoras. Se estima que en ambas ciudades perdieron la vida 200.000 personas en el momento de las explosiones y durante las horas siguientes.

Es de suponer que todo el mundo está en contra de arrasar dos ciudades con armas de destrucción masiva y asesinar a miles de civiles
El gesto de Obama hacia Hiroshima ha generado un intenso debate sobre si el presidente estadounidense debería haber pedido perdón por lo ocurrido hace 71 años, cuando él ni siquiera había nacido. No hay una respuesta sencilla ante esta disyuntiva que se ha creado al respecto y a la que se le ha dado más bombo del que merece.

Evidentemente, no es el mismo punto de vista el que se tiene ahora que el que reinaba en la década de los 40, en el fragor de la Segunda Guerra Mundial. Aun así, es de suponer que todo el mundo está en contra de arrasar dos ciudades con armas de destrucción masiva y asesinar a cientos de miles de civiles.

El objetivo estadounidense en estas dos localidades japonesas no eran instalaciones militares o lugares estratégicos, sino causar una masacre que sirviera de escarmiento al imperio japonés, que mostrara al mundo el potencial de Estados Unidos y que además amedrentara a los futuros enemigos.

Y es en este punto donde se empiezan a encontrar atenuantes al bombardeo atómico estadounidense. La Casa Blanca quería castigar a Japón por el ataque que anteriormente había perpetrado el Ejército japonés contra la base de Pearl Harbor, en 1941. Este hecho se produjo cuando ambos países no estaban en conflicto y tampoco hubo una declaración previa de guerra por parte de Tokio.

La incursión japonesa mató a 2.400 militares estadounidenses y causó graves daños en barcos y aviones. Además, supuso que la Casa Blanca diera la orden de participar activamente en la Segunda Guerra Mundial, decisión que fue un punto de inflexión en el conflicto y determinante para que los aliados vencieran.

La historia se ha centrado en el macabro teatro de operaciones en Europa y en la Alemania nazi. Sin embargo, en el Extremo Oriente, el expansionismo del imperio japonés también era muy preocupante, no solo por el hecho de atacar países del entorno, sino también por sus matanzas indiscriminadas.

Por tanto, no hay que considerar a Japón como una víctima, sino como un verdugo. La cuestión está en que, como siempre pasa en estas situaciones, es la población civil la que sufre las consecuencias de tener esos dirigentes, quienes cegados por sus intereses y por el fanatismo conducen a sus compatriotas a una guerra que tenían muchas posibilidades de perder, como se demostró.

Conocida la ferocidad, el adoctrinamiento y la crueldad de los soldados de Japón, una intervención convencional estadounidense sobre territorio japonés hubiera sido una escabechina para las tropas de Estados Unidos.

Obama no ha pedido perdón en Hiroshima, pero es muy posible que sus habitantes tampoco necesiten que se lo pidan
El presidente Harry S. Truman optó por la solución más sencilla y menos peligrosa para su Ejército. Las dos bombas atómicas fueron la puntilla para un Japón que estaba abocado a la derrota, más pronto que tarde, por cómo se iba desarrollando la guerra en Europa.

Las masacres en Hiroshima y Nagasaki aceleraron el final de la contienda a costa de sacrificar la vida de muchísimos civiles. Además, sirvieron para probar un nuevo tipo de armamento y ejemplificaron la capacidad que tiene el ser humano para destruirse a sí mismo en solo unos minutos.

Es la grandiosidad y, a la vez, fragilidad del hombre. Afortunadamente, parece que se ha aprendido la lección y desde entonces no se han vuelto a lanzar bombas atómicas durante una guerra. Sin embargo, estas siguen existiendo, y con capacidad más mortífera. Es verdad que ahora se cuenta con ellas para disuadir al enemigo, pero el riesgo de que alguien las utilice sigue existiendo.

Barack Obama no ha pedido perdón en Hiroshima, pero es muy posible que sus habitantes tampoco necesiten que se lo pidan porque llevan décadas centrados en lo que es realmente importante en este caso: recordar al mundo lo que es capaz de hacer el hombre.

El gesto de Obama en Hiroshima y el respeto con el fue recibido el presidente de Estados Unidos deberían servir para hacer reflexionar a los líderes mundiales, especialmente a los que tienen armas nucleares. Es comprensible que estos últimos no quieran renunciar a una ventaja competitiva. Aun así, es muy conveniente reducir estos arsenales, trabajar por la no proliferación atómica y, siempre, potenciar la diplomacia, respetar a los demás y ponerse en la piel del otro antes de tomar decisiones.

Fotografía de Isaac Á. Calvo

Isaac Á. Calvo

Licenciado en Periodismo

Máster en Relaciones Internacionales y Comunicación

Editor del Grupo AGD