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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Los repetidores

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Sociedad09-03-2016

Repetir curso es un fracaso, la mayoría de las veces atribuíble al alumno que dos años seguidos se tiene que enfrentar a los mismos temas. Y sólo son perdonables excepciones muy raras de aquellos pupilos a los que una desgracia, una enfermedad o un gran cambio familiar les impide desgastar codos. Por eso estos días rechinan los discursos de los malos estudiantes que dicen representar a los españoles en la esfera política.  

Ya creciditos, con barba, con coleta, vistiendo camisa blanca o invocando constantemente al espíritu de la Transición, nos topamos día sí, día no, con los listos de la clase. Unos aprueban por los pelos y piden al maestro que revise el examen a ver si puede subir la nota. Y olvidan la máxima de la evaluación contínua de que hay que estudiar un poquito cada día. Merece, cuanto menos, la obligación de un trabajo de recuperación. 

Otro parece ese delegado de clase a quien la gente elige hipnotizada por su palabrería. Es como de los alumnos aventajados en talento que aprueban por sus dotes en el último momento y que el resto del curso reniegan de la utilidad del sistema educativo, la autoridad de sus maestros y la dignidad de sus compañeros. Todos tenemos algún conocido de esos que, encima, acabaron como jefes. Los maestros deberían cincelarlos con un castigo ejemplar, pero no olvidemos que también entre los docentes hay quien mira a otro lado y suelta el boli con el timbre de final de jornada. 

También está el alumno que siempre levanta el dedo haciéndose notar, para agradar al maestro, como si éste no se enterase de que se guarda en la manga una chuleta. El chaval disimula y es amable al oído, pero tampoco ha estudiado demasiado como para que su talento y su conocimiento merezcan un aprobado. Este tipo de pupilos suele destacar por aprovechar su buena apariencia y por llevarse bien con todo el mundo, guiños incluidos a las chicas. Los sistemas educativos que dejan pasar la mediocridad y se basan en la cantidad sobre la calidad son su hábitat perfecto. 

A septiembre de forma directa habría que mandar a quienes a estas alturas del curso aún no han resuelto la identidad de su personalidad. La vida y la política consisten en ir aprendiendo,  y en ello viene bien tomar cosas de aquí y de allá, de las experiencias de otros y de las propias. Pero la ambigüedad y la tibieza pueden acabar en la imagen bíblica del vómito divino. 

Así que, tal y como está el panorama, quizás la solución no sea mandarles que hagan un trabajo en grupo, pues ya se sabe que cada uno hará lo que le parezca y que, aunque la nota sea igual para todos, no todos la merecerán. Tampoco la merecen muchos estudiantes que hace unos días paseaban en masa por los stands de la feria Aula en Madrid, donde centenares de preuniversitarios acudieron a informarse sobre qué rumbo tomar en su futuro.  

Al paso del ministro de Educación, Íñigo Méndez de Vigo, algunos preguntaban a los periodistas que quién era aquel señor. Y esos chavales, de cuyo fracaso todos somos responsables, en poco tiempo estarán acudiendo a votar.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo