Esta web contiene cookies. Al navegar acepta su uso conforme a la legislación vigente Más Información
Sorry, your browser does not support inline SVG

ANÁLISIS DE CULTURA

El psicoanálisis de Munch

Fotografía

Por Marta G. BrunoTiempo de lectura3 min
Cultura21-10-2015

El artista no pinta, disecciona almas.  Leonardo da Vinci estudiaba los cuerpos, Edvard Munch tenía la habilidad de transmitir los diversos estadios por los que pasan las primeras: el pánico, la melancolía, la vitalidad, la muerte. El portazo al naturalismo para dar rienda suelta a la simbología más expresionista, contagiada en sus escarceos por los ambientes impresionistas de París. Son pocos los autores que logran transmitir una emoción profunda al espectador, y Munch y sus arquetipos bucean entre pinceladas para conseguirlo. El productor teatral austriaco Max Reinhardt fue uno de los elegidos para recibir esa sensación y encomendar al noruego la labor de homenajear al dramaturgo y poeta fallecido Henrik Ibsen. El resto es historia.

“No debemos pintar más interiores con gente leyendo o mujeres haciendo punto. En el futuro hay que pintar gente que respire, sienta, sufra o ame” (Manifiesto de Saint-Cloud)

¿Por qué su obra transmite más que el resto? La vocación es primordial en el paso previo al proceso de la creación. Pero también las experiencias traumáticas que el artista haya acumulado. Y Munch sufrió la enfermedad de varios miembros importantes de su familia: su madre o su hermana. Y tardará años en olvidarlo. Esos rostros compungidos por el pánico, los colores oscuros, la indefinición de algunas de las caras serán una manera de focalizar y desahogar sus penurias. Tardaría años en volver a los colores vivos gracias a su paso por los sanatorios y al devenir de la vida. Es incluso su cuadro más famoso, El grito, una representación de los ataques de pánico que él mismo sufría, su miedo a las multitudes que le obligó a no pisar las plazas concurridas, a huir del nuevo ambiente urbano. 

Pero hay profundidad en sus obras porque también hay poesía en sus pinturas, una narración oculta de las obsesiones del ser humano. La hay porque Munch mantuvo una estrecha relación con los ambientes literarios: reunidos en el Grand Café de Oslo, se empaparía de los Bohemios, después del decadentismo literario de Baudelaire, Huysmans o Verlaine. Lo tachaban de loco, pero pocos son capaces de ahondar en debates delirantes sobre todo: Nieztsche, Dostoievski o incluso el ocultismo.

Los cuadros de Munch son como el resultado de estar horas tumbado en un diván hablando a un psicoanalista que no aconseja, sino que se supone escucha. Experimentos en forma de series que representan los celos, el poder embriagador y venenoso de la mujer, los besos que funden las almas: se pierde la identidad de ambos sujetos por separado hasta tal punto que no se distinguen las caras. Y de ahí la extraña relación del noruego con el amor, sentimiento del que parece huir por miedo a las mujeres. Sus personajes no tienen rasgos porque no importa quiénes son, sino las pasiones que muestran al público.

"En mi arte he intentado explicarme la vida y su sentido, también he pretendido ayudar a los demás a entender su propia vida"

Y es el que mejor lleva al espectador ante su mayor miedo: la muerte. El existencialismo de las distintas versiones de La niña enferma (1886-1927). Es la dureza de la naturaleza a la que debe enfrentarse el ser humano como un paso más en su vida. Hoy es difícil que un artista se reencuentre con la muerte con naturalidad y que lo comparta con su público. Por eso es uno de los pintores más profundos de la historia.

Fotografía de Marta G. Bruno

Marta G. Bruno

Directora de Cultura de LaSemana.es

Licenciada en Periodismo

Estudio Ciencias Políticas

Trabajo en 13TV

Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press