SIN CONCESIONES
El último sueño de Andrea
Por Pablo A. Iglesias
3 min
Opinión15-10-2015
Nacer, crecer, multiplicarse y morir. Estas son las cuatro etapas que atraviesa el ser vivo. Los niños lo aprenden en el colegio y los animales lo saben de manera intrínseca por leyes de la naturaleza. Sin embargo, el ser humano parece olvidar el designio irrevocable de su existencia. Pese a la inteligencia recibida, que supuestamente nos hace superiores al resto de las especies con las que compartimos planeta, el Hombre cierra los ojos al último episodio de la vida.
Es el más absurdo de los negacionismos, como si tapar la realidad fuera a evitar el trance más temido. Los padres de Andrea, la niña con una enfermedad rara fallecida la semana pasada en Galicia, no han rehuido a la muerte. La han mirado de frente, cara a cara, hasta el punto de entregar con sus propias manos a su hija. Hay que ser muy valiente para tomar una decisión así, aunque hay que tener todavía más coraje para seguir esperando en medio del dolor a que llegue la hora marcada por el destino.
Cerrar los ojos a la muerte es el más absurdo de los negacionismosEn esta sociedad del Estado de Bienestar, nos estamos acostumbrando a eludir el sufrimiento hasta el punto de preferir la muerte al dolor. Curiosa paradoja. Dicen que vivir con dolor no tiene sentido. Sostienen que vivir postrado en una cama carece de utilidad, como Alejandro Amenábar trató de demostrar con una película tan emotiva como tendenciosa. El hedonismo y el utilitarismo se están adueñando poco a poco de nuestras cabezas. Aquello que no da placer o que no produce un beneficio inmediato parece resultar estéril. Es un triste preludio del mundo feliz que Aldous Huxley describió con preocupante perfección en su novela.
El debate sobre la mal llamada muerte digna es otro síntoma más de la decadencia que nos acecha. La muerte no es menos traumática ni tampoco menos trágica por edulcorarse con un adjetivo agradable. La muerte nunca es digna, es muerte a secas. Da igual que llegue tras una larga enfermedad, por un accidente inesperado o en caprichosa casualidad. No hay muerte digna. Casi nunca la hay. Lo único digno es prepararse para la muerte, que no es lo mismo pero es mucho más importante.
No hay muerte digna. Lo único digno es prepararse para la muerteQuienes aprovechan el drama de Andrea para reclamar el derecho a morir deberían pensar un par de cosas. Por ejemplo, que el derecho a rendirse ante la vida ya existe. Se llama suicidio y cualquiera puede aplicarlo cuando desee sin necesidad de una ley. Hay múltiples formas y a cuál más sencilla, incluso para quien tiene limitadas sus capacidades. La muerte digna, y más aún la eutanasia, es un eufemismo para esconder la cobardía de los que reclaman un nuevo derecho. Para suicidarse hay que ser valiente y asumir la muerte cara a cara, mientras que la eutanasia siempre descarga la acción y la responsabilidad en un tercero.
En el fondo, lo que llaman muerte digna es miedo al sufrimiento y dejación de voluntad en otro. Es lo más inhumano y, por lo tanto, lo más indigno. El final de la vida consiste en esperar. Me lo enseñó mi tía Flor en su lecho de muerte hace apenas dos semanas. A veces la muerte es tan repentina que ni siquiera da tiempo a despedirse. Otras veces es tan larga que roza la agonía. La espera es un periodo existencial en el que hasta los ateos suelen abrazar la fe. Si hay una muerte digna no consiste en elegir cuándo morir, sino en aceptar que te estás muriendo y prepararte en cuerpo y alma para cruzar el umbral que conduce a la eternidad.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito