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ANÁLISIS DE SOCIEDAD

Irse de putas

Fotografía

Por Almudena HernándezTiempo de lectura3 min
Sociedad28-09-2015

Es un horror. Una injusticia atroz. Una tremenda desgracia. Miles de desgracias. Millones en todo el mundo, más de 20 millones. Y permitidas, conocidas y silenciadas. Y amparadas por vacíos legales, por políticas tibias y costumbres inexplicables. No se trata de irse de putas, aunque hay impresentables que aún piensan que acudir a una mujer que ejerce la prostitución es el fin de fiesta perfecto a un negocio o a una despedida de soltero o a la juerga del fin de semana o la novatada de turno (otro día se podría hablar de los delitos de odio en el ocio). Como si pudiesen comprar el amor mal entendido en el dolor que hay detrás de ese abuso mal pagado. Como si tuviese alguna gracia.

Todos sabemos que esas criaturas infelices (también hay menores) están a dos calles de aquí. Hasta el ministro español de Servicios Sociales lo reconoce, pero lo de los anuncios en la prensa, en los coches, en las luces de neón de las calles, mejor para otro día. U otra legislatura... Como él, prácticamente todos hacemos lo mismo: mirar a otro lado y permitir una de las aberraciones más antiguas del mundo. Nos aterra la marginalidad con la que va envuelta, el mundo oscuro de las mafias y un largo rosario de problemas que nos pueden complicar la vida si husmeamos demasiado. Además, también están los prejuicios. Todos sabemos que no querríamos estar en la piel de una prostituta, a quien consideramos muchas 'cosas' antes que víctima, ni querríamos que fuese nuestra hermana, nuestra hija, nuestra pareja, nuestra madre o nuestra amiga.

Pero ahí está, llámese como sea, prostitución, trata, explotación con fines sexuales, contribuyendo al 3,5% del PIB, generando 3.700 millones de euros al año (mucho más que el presupuesto asignado para el citado ministerio el año que viene); destrozando la vida del 80% de las 45.000 mujeres que están en la prostitución sólo en España contra su voluntad; y arruinando su futuro, pues dónde acabarán cuando los años las hagan menos atractivas y acaben fuera de ese 'mercado' (un alto porcentaje de ellas ronda los 25 años de edad).

Sí, ese calendario de papel mojado y días internacionales y mundiales dedica una jornada a las víctimas de trata con fines de explotación sexual, como es el 23 de septiembre. Sí, pero esa barbaridad tremenda que no queremos ver sigue deseosa de carne fresca, de cualquier parte, aunque principalmente haciendo presas entre los más débiles: sí, también en esas mareas de refugiados que tanto nos conmueven, en los barrios marginales, en quienes duermen a la intemperie, entre quienes trapichean con droga, entre quienes la crisis no tiene un futuro mejor porque no nos empeñamos en que lo tengan. Nos trae al fresco.

Una vez, un sacerdote se acercó a una prostituta y le preguntó cuánto cobraría esa noche. Le pagó el 'jornal' y ella se marchó con sus hijos, ajenos del oficio de su madre. El hombre removió Roma con Santiago para que la Iglesia le pagase un piso en otra ciudad y le colocase en un trabajo más digno. Pudo hacerlo. La mujer abandonó aquel horror en el que hoy siguen viviendo miles de víctimas. Y a dos calles de aquí.

Fotografía de Almudena Hernández

Almudena Hernández

Doctora en Periodismo

Diez años en información social

Las personas, por encima de todo