ANÁLISIS DE SOCIEDAD
El Papa en China
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad23-09-2015
Quién iba a decir hace unos años que Cuba sería uno de los dos países, junto a Brasil, que han recibido tres visitas papales. Y que en las tres citas el revolucionario Fidel Castro se entrevistaría con el obispo de Roma. Y que en las tres, el obispo de Roma hablase al corazón de las gentes mientras, como él, muchos de sus colegas de mitra tejían un amplio manto diplomático. “¡Y que Cuba se abra al mundo!”, decía el son.
Ojalá que dentro de no muchos años un papa pudiese visitar a los católicos chinos, ese gigante rojo que dormita en el olvido del mundo, ajeno de un potencial que va más allá del poder de contar con un séptimo de la población mundial. Ojalá que el mundo supiese que en China, el poder amigo de los viejos Castro, trata de fabricarse una iglesia católica a su imagen y semejanza, para arrinconar a la del obispo de Roma.
Ojalá que los católicos chinos no tuvieran que vivir su fe en la clandestinidad, ni lamentar que, pese a ciertos “signos prometedores” que pueden infundir esperanzas de cambio, en la práctica la situación de la Iglesia siga tal cual. Lo denuncia la fundación pontificia Ayuda a la Iglesia Necesitada, sí, la misma institución que lleva años (y décadas) reclamando derecho y justicia para los refugiados, las minorías católicas y tantas y tantas periferias que el papa no puede abarcar. La de China, dicen, es una situación dolorosa.
Pero China, de momento, no se abre al mundo. Francisco aterrizó en Cuba, donde el Gobierno presume de hospitalidad mientras detiene opositores que, en su desesperación crónica, tratan de clamar al cielo. Algunos, incluso, no pudieron acudir a sus encuentros previstos con Bergoglio en la isla caribeña porque les detuvieron y retuvieron.
Hace no tanto, el único hálito de libertad para los opositores a los Castro, era posible bajo el techo de la Iglesia. En El Cobre, en el santuario de la patrona de Cuba, una Virgen de la Caridad “exportada” por los españoles, un puñado de estampitas recordaban la presión del régimen castrista: no eran santos ni beatos, sino fotografías de presos isleños por sus ideas políticas, el único reducto de toda la isla donde la libertad de expresión podía cobijarse, aunque fuese en los vuelos de un manto virginal.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo