ANÁLISIS DE CULTURA
El grupo 47
Por Marta G. Bruno
2 min
Cultura15-04-2015
Hay quien una vez dijo que España olía a ajo. Hay quien no se quería ir de ella. Hay quien se perdía, y se pierde, por los callejones adoquinados de la Madrid más castiza bajo el abrigo de un manto de estrellas. Los bares –los de antes– ofrecen cobijo a los hombres de nariz rojiza que hunden sus penas en licores de hierbas y anís en vaso bajo.
A Günter Grass le gustaba beber en Café Central. Comer cebollas, y de ahí Pelando la cebolla, como relata su traductor, Miguel Sáenz. Bajo el sonido de la Olivetti, con la Puerta del Sol tan cerca. Con el recuerdo de su Alemania tan lejos, historia de la que se declabara “su eterno servidor”. Espíritu de minero, de peón agrícola, o del que esculpe lápidas (que lo hizo). Con el peso crudo de las SS confesado con las lágrimas de esa cebolla, o sin ellas, con la anestesia del coñac del Café Central. “No quedan marcas en la piel de la cebolla que expresen miedo u horror. Seguramente veía a la Waffen-SS como unidad de élite (...) La doble runa en el cuello del uniforme no me repugnaba”. La Olivetti dejó grabada otra perla: Benedicto XVI como compañero de huida. Explotó la bomba. “El recuerdo se asemeja a una cebolla que quisiera ser pelada para dejar al descubierto lo que, letra por letra, puede leerse en ella”.
De nuevo la polémica se convierte en poema. De fuego a rocío mañanero. Como suele pasar cuando alguien muereY la bomba dejó una estela de metralla que apuntó hacia él directamente. Sus libros ya no llegaban igual. Tocó la médula de los poderosos: Estados Unidos, George Bush, Israel. “El estado judío es el mayor peligro para la seguridad mundial”. Lanzaba dardos.
De nuevo la polémica se convierte en poema. De fuego a rocío mañanero. Como suele pasar cuando alguien muere. “Pues era un buen chico”, aunque de pasado malévolo. Hasta que murió. Con Günter Grass pasaba igual. Aunque siempre molesta el que no tiene pelos en la lengua. El escritor comprometido, que no vendido. ¿Cuántos quedan?
Encontronazos con Vargas Llosa, con Álvaro Pombo, pero de su pipa al final sólo salía un aire de tranquilidad impropia del denunciante. El tambor de hojalata que resuena sobre las cabezas de los que criticaba. Sonidos de percusión que proceden de llantos después de Auschwitz.
Será difícil encontrar personajes del calibre de los que se están yendo a cuentagotas hasta que no volvamos a vivir una nueva catástrofe. No habrá más Grupo 47 sin que la democracia haya fracasado antes.
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Marta G. Bruno
Directora de Cultura de LaSemana.es
Licenciada en Periodismo
Estudio Ciencias Políticas
Trabajo en 13TV
Antes en Intereconomía TV, La Razón y Europa Press