ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Un día muy tarde
Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad14-04-2015
Serán las cosas de la edad, pero ante el vértigo de las elecciones, se echa un poquito de menos un buen puñado de pedagogía, otro tanto de memoria y una buena cantidad de sensatez. Estos días en los que vuelve la traca sobre el asunto del aborto, en los que unas abanderan los presuntos derechos a ser más mujeres que nadie por encima de todo y otras recuerdan los cientos de miles de niños que no han nacido porque fueron eliminados, viene a la memoria aquellos años no tan lejanos que los nuevos votantes, entusiasmados con las melodías del flautista, no conocieron porque andaban en otras cosas.
Pues resulta que, tras el señor del bigotito y el flaco favor que hizo al sistema autonómico por ceder ante los partidos nacionalistas, llegó el político de las cejas (está visto que a los españoles nos encantan los pelos, políticamente hablando en tiempos de barbas y coletas) y con él aquellas dos tardes para aprender economía y contar nubes.
Fue precisamente Zapatero quien ideó aquel Ministerio de Igualdad de color nazareno cuando algunos pensábamos que si las cosas del bolsillo pintaban mal cambiarían aquellas políticas lilas, de titulares pegados a las tripas de la ideología y afortunadamente sin selfies con las Leires y las Bibianas (todavía no se habían inventado).
Y así fue. El presidente más feminista de la historia de España se pegó un trompazo por subirse a los tacones y olvidarse que en los arrabales, en los andamios, en los sembrados y en muchos lugares de trabajo las políticas de color morado no llenan el estómago ni pagan la hipoteca cuando las cosas vienen mal dadas. Brotes verdes aparte.
Pero cuando el bolsillo deja de preocupar vuelven los eslóganes de casquería y la foto fácil. Y en ella se cuelan a codazos siempre los que se creen más rompedores que nadie, más modernos que nadie, más progresistas que nadie y más feministas que nadie mientras muchos, quizás mayoría, callan o, lo peor, no mueven un dedo. Y es lo que pasa con el aborto, como si fuese un tema menor, como si mirar para otro lado tuviese más rédito electoral que moral, y como si la vida importase menos que mantener el escaño caliente.
Y fuera del Hemiciclo, más de lo mismo. Cuando deja de ser prioritario el bolsillo, la ciudadanía (una persona, un voto) se agarra a las pancartas de los derechos, obviando que la democracia, esa vieja conocida, también contempla deberes. Pero, claro, esos mejor dejarlos para otro día. Aunque para alguno que podría nacer otro día ya será muy tarde.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo