SIN CONCESIONES
El voto del clínex
Por Pablo A. Iglesias
4 min
Opinión02-04-2015
La palabra del momento es "volátil". Volátil significa "que vuela o puede volar", que es "mudable, inconstante" o que posee características "inestables u oscilantes". Volátil es el término con el que muchos analistas y expertos intentan explicar lo que son incapaces de explicar. Cuando ponemos nombre o adjetivo a las cosas parece que pasamos a tenerlas controladas y que dominamos su idiosincrasia. Pero la propia definición de aquello que es volátil pone de manifiesto que lo que hoy es blanco mañana puede ser negro, que lo que hoy está a la izquierda mañana puede estar a la derecha y que lo que hoy es una ola insignificante mañana puede ser un tsunami que todo lo arrase.
La moda de volátil es fruto de los cambios sociológicos e ideológicos que se están produciendo en España en el último año. Hoy gobierna el país un presidente con mayoría absoluta en el Congreso de los Diputados que parece no ser consciente de que hace años que perdió la mayoría absoluta de la calle. Hoy el partido de la oposición tiene un líder joven y con buena oratoria que no es el mismo que tenía hace un año y que quizás tampoco sea el mismo que tenga después del verano. Hoy la tercera fuerza política es un partido sin representación parlamentaria en las Cortes Generales pero con sobreexposición en las tertulias de televisión. Hoy la formación que obtuvo el tercer puesto en las últimas elecciones generales parece un cadáver andante por mucho que haya cambiado a su candidato con perfil del siglo XIX por otro moderno salido del movimiento 15-M. Hoy el centro que representaba UPyD ha quedado silenciado por la debacle en Andalucía y sus dirigentes devoran a la madre Rosa Díez a la inversa de como Saturno hacía con sus hijos.
Este panorama repleto de volatilidad lo completa el auge nacional de Ciudadanos, un partido político que aterrizó en 2006 en el Parlamento de Cataluña y que había permanecido allí como una experiencia regional. En apenas dos meses, Ciudadanos ha dado el salto al conjunto del país. Lo ha conseguido gracias al esfuerzo sobrehumano de su jefe de filas, que dedica casi el cien por cien de su existencia al proyecto que él mismo fundó y lideró desde los cimientos. Albert Rivera era un crío cuando abandonó las juventudes del PP y montó el partido de Naranjito. Sigue siendo joven pero acumula el poso de la experiencia que aporta más de una década consagrado a la política. Su discurso fresco, sosegado y sensato cala en la piel con la rapidez de una tormenta de primavera y con la profundidad de la tierra árida que anhela la temporada de lluvia. Los 9 escaños y 368.000 votos conseguidos en Andalucía son su mejor carta de presentación para las elecciones municipales y autonómicas del próximo mes de mayo.
Ciudadanos parece llamado a protagonizar el futuro político de España si no fuera por la moda de lo volátil. Porque volátil es que Podemos fuera hace seis meses el elefante blanco de las instituciones y ahora empiece a causar miedo por sus aires radicales. Porque volátil es que Rosa Díez pase en tres días de ser la alternativa de centroderecha al supuesto enemigo de la democracia interna. Porque volátil es que Susana Díaz sugiera ayer que quiere optar a las primarias del PSOE y mañana que desea quedarse en Sevilla. Porque volátil es que el PP siga en caída libre pero en noviembre aguante el tipo si persiste la recuperación económica. Porque volátil es que Alberto Garzón (IU) sea la sombra de Podemos y que después del verano empiece a hacer sombra a Podemos.
¿Por qué todo es tan volátil? Mi sensación, que puede ser igual de volátil que todo lo demás, es que tantas oscilaciones en parte son fruto del enfado que ha provocado la crisis. En otra gran parte, es consecuencia de los vaivenes interesados de los medios de comunicación. Los españoles, de por sí latinos y de sangre caliente, somos proclives a pensar una cosa un día y al siguiente otra distinta. En plena resaca de la crisis, las reacciones calenturientas son aún más propicias. Aquí tenemos el vicio desagradecido de encumbrar aquello que a los tres días deploramos. Los españoles, superhéroes de la envidia y maestros de la fama pasajera, miramos mayoritariamente a la política como si fuera un clínex, como si el voto fuera un pañuelo de usar y tirar. Cargamos contra los políticos por secuestrar nuestra papeleta durante cuatro años y hacer con ella lo que les place. Pero ahora somos nosotros los que votamos con las entrañas sin pensar si nos arrepentiremos dentro de unos años. No debería ser así. El voto no es un clínex. El voto es la confianza en la que depositamos nuestro futuro durante los próximos 1.461 días.
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Pablo A. Iglesias
Fundador de LaSemana.es
Doctor en Periodismo
Director de Información y Contenidos en Servimedia
Profesor de Redacción Periodística de la UFV
Colaborador de Cadena Cope en La Tarde con Ángel Expósito