ANÁLISIS DE SOCIEDAD
Piedras sobre mi tumba
Por Almudena Hernández
2 min
Sociedad01-04-2015
Habrá quien desee pompas y alabanzas en recuerdo de sus tristes huesos, o el agradecimiento por algo bueno que hizo en su vida o unas de esas lágrimas que cuando los recuerdos se van haciendo más viejos van menguando como la luna de invierno. Es cierto como la vida misma que todos vamos a morir y que a alguien le importará que dejemos de respirar. Pero de ahí a ser protagonistas del telediario hay un trecho. Que acabemos durmiendo el sueño de los justos no explica que aquellas fotos de las vacaciones que colgamos en Facebook aparezcan a toda pantalla en la macrotelevisión de un bar de carretera.
A los seres humanos nos fascina meter las narices en la vida del otro, como si la mayoría de las veces nos importara algo. El imán de las tragedias de los otros nos atrae con la fuerza de sentir que en la desgracia ajena hay un porcentaje de probabilidad de lo que nos puede pasar a nosotros también. Pero cuidado cuando la tortilla da la vuelta y el cotilleado soy yo. Cuidado cuando el familiar lloroso que sale en el informativo es uno de los míos. Atención si el crío agobiado por un enjambre de periodistas en la puerta del instituto es mi hijo. Ojito, que no respondemos...
Dicen los expertos en audiencias que la tragedia vende. Que saturar durante un determinado tiempo a los ciudadanos resulta mediáticamente rentable. Que dar la exclusiva de un llanto o emitir en directo un simple comentario de alguien que pasaba por esa calle a diez kilómetros de la zona cero resulta favorable a los medios.
Los colegas periodistas a quienes les ha tocado la china de cubrir el reciente accidente aéreo que nos ha conmocionado dirán en su defensa que la vida sigue y que hay que pagar la hipoteca y el colegio de los niños. Y los jefes de mis colegas alegarán que tienen que pagar las nóminas de los comunicadores. Entre el público en general habrá quien abandere el derecho a la información y que hay que saber hasta el color del cordón de las zapatillas que usó Nosequién el primer día de guardería.
Todos vamos a morir. Unos de forma noticiosa, otros de modo estadístico y casi todos ante la ignorancia de casi todos los que nos sobrevivan. Pero éstos deberían reflexionar qué bien hace meter el dedo en la yaga, contar lo moralmente inaceptable y consumir tragedias televisadas a falta de palomitas. Quizás no todo valga para las audiencias. Quizás -habría que analizarlo desde el punto de vista jurídico- los periodistas podrían acogerse a la cláusula de conciencia. Quizás habría que llevar a los niños a los entierros en esta sociedad de muerte multimedia. Quizás tendría que prohibirse dar pésames vacíos. Y, cuando muera, por cierto, canten en mi funeral y sobre mi tumba pongan flores silvestres. Y, como hacen los judíos, una piedra en señal de cada vez que un ser querido visita el camposanto.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo