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IMPRESIONES

Tren de vida

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión22-03-2015

“Travesías cinéfilas” es el nombre de un grupo de Whats’up, de un grupo de amigos, de un lugar de encuentro entre amantes del cine, la cultura y la buena conversación. Quizá fuera su precedente aquel grupo de Facebook “Yo también sobreviví a Tarkovski”, fruto de un fin de semana organizado por Culturradio en el que alumnos, profesores y amigos compartimos nuestra vocación cinéfila en un albergue rural. Quizá la historia real de esta aventura sea otra que nunca llegue a ser oficial. El caso es que aquellas travesías nos llevaron la semana pasada a viajar en el Tren de vida (Radu Mihaileanu, 1998).

¿El argumento? La comunidad judía de un pueblo de Europa del Este se ve amenazada por el avance de los nazis y decide huir a Palestina, Tierra Santa. Para lograr sus objetivos sin caer en las redes del poder organizan un gran simulacro: un falso tren de prisioneros. Así, la comunidad judía se divide a sí misma en falsos deportados y falsos nazis, y pronto verá crecer entre sus filas a comunistas que se toman su papel demasiado en serio. Con esta gran simulación esperan atravesar las filas de los auténticos nazis. Humor blanco y humor negro (más negro que en La vida es bella) se entrelazan en una comedia que no necesita mostrar mucho para que captemos su fondo trágico.

Mientras las luces y sombras de los sueños en los que viaja el hombre inundaban el salón de nuestros anfitriones, yo imaginaba que Radu Mihaileanu nos hablaba en voz baja de dos Europas. Una que moría a mediados del siglo XX y otra que perdió oficialmente la guerra, aunque ha consolidado hasta hoy el ideal de la eficiencia y el aparato de la burocracia. Aquella intuición mía sobre las dos Europas creció cuando los judíos se encuentran con los gitanos.

Judíos y gitanos, pueblos nómadas que han recorrido a pie, palmo a palmo, todos los rincones de Europa, llenando el continente con su música y sus instrumentos, sus oraciones y sus lamentos, sus sueños y sus nostalgias, sus libros sagrados y sus oficios artesanos. Culto y circo. Toráh y hogueras. Dos pueblos al margen de los discursos oficiales o, mejor: cuya tradición es discutir siempre el discurso oficial. Dos pueblos más preocupados por la vida santa o por la vida buena, que por la eficiencia, el éxito, el cronómetro y las burocracias.

En cierto modo, la vida de la película empieza cuando los judíos idean ese viaje en tren, como éxodo de un hogar a punto de ser destruido y al calor del sueño de una tierra prometida. La nueva Europa se queda en su sitio echando cuentas. Castillos de burocracia. Guerras de ceros y unos. ¿El riesgo? ¡La prima! Opciones y acciones invisibles de un mercado que negocia entre pantallas. La vieja Europa era nómada aun cuando se encerraba en un monasterio. Porque hay viajes de huída y de retorno, hay viajes hacia el frente o hacia atrás, pero también hay viajes hacia arriba y hacia abajo, hacia el cielo y el infierno. Y en todos los viajes el camino es tan importante como el destino. Homo viator. Travesías cinéfilas.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach