IMPRESIONES
Explorar el mundo
Por Álvaro Abellán3 min
Opinión02-03-2015
Los animales nacen con instintos seguros. Apenas necesitan aprender nada para ser lo que tienen que ser y hacer lo que tienen que hacer. Sin embargo, los seres humanos nacemos tremendamente frágiles, menesterosos e ignorantes. Nacemos sin un manual de instrucciones sobre la vida y sin un mapa de nuestro mundo. Para sobrevivir, necesitamos acoger y desarrollar en nosotros los dones primarios: lengua materna, socialización primera –normalmente en la familia–, e ir aprendiendo poco a poco las instrucciones de la vida humana, el mapa del mundo humano que habitamos –tradición y cultura– e ir desarrollando nuestras capacidades y habilidades para logar cierta autonomía, libertad, capacidad de decisión y de acción efectiva en el mundo.
Cuanto más rico, matizado y acertado sea el mapa del mundo –y de nosotros mismos– que seamos capaces de elaborar, más posibilidades tendremos de aprender a navegar por nuestra vida con éxito; más posibilidades tendremos de evitar el naufragio vital, el fracaso de nuestra vida. Vivir en la verdad y el bien que nos corresponde exige mucho esfuerzo, y en esa tarea no estamos libres del error, el cansancio, las frustraciones, los desencuentros, las decepciones.
Los seres humanos tenemos dos métodos fundamentales para ir elaborando ese mapa. Ambos se necesitan mutuamente e interactúan constantemente. El primero de estos métodos es explorar la realidad: explorar nuestra interioridad, el mundo que nos rodea y nuestra capacidad de interacción con ese mundo. Empezamos a hacerlo en el entorno seguro de la familia, los amigos, las instituciones educativas... y vamos ampliando nuestro mapa, en el delicado equilibrio de lo que significa ser valientes, superando los miedos que nos encierran en nosotros mismos y evitando las acciones temerarias que comprometen nuestra vida o dignidad, o las de otros.
El otro método es el diálogo. La exploración del mundo camina en paralelo a la adquisición del lenguaje. Hacer un mapa del mundo exige nombrar al mundo y cada una de sus realidades, dibujando los límites de cada cosa y descubriendo las relaciones entre unas y otras. Gracias al diálogo con nuestros mayores y nuestros iguales aprendemos con bastante agilidad muchas más cosas de las que podemos explorar, verificar y relacionar en primera persona. Nos ahorramos muchos caminos equivocados, vivimos experiencias en primera persona sin salir de los libros, las series y las películas, explorando peligros, sensaciones y sentimientos extremos sin necesidad de poner en peligro nuestra propia vida. Es el tesoro de la tradición y la cultura.
Ir elaborando poco a poco las líneas fundamentales de ese mapa, tarea a la que consagramos aproximadamente los primeros 15-18 años de nuestra vida, es, como decíamos, tarea larga y esforzada, que nos siempre logramos articular como aventura cuando nuestros mayores nos obligan a recorrer algunos territorios que en primera instancia nos seducen poco, como suele ocurrir en la escuela. Sin embargo, sin esas exploraciones, quedamos desarmados para la vida. Además, la tarea no concluye con la mayoría de edad. Durante toda la vida seguiremos enriqueciendo ese mapa y, sobre todo, deberemos corregirlo muchas veces –es tarea de cada joven corregir y actualizar los mapas heredados durante su infancia–, y esas correcciones, según nos hacemos mayores, nos exigen muchísimo esfuerzo. Por eso asociamos el aprendizaje constante con la actitud de mantenernos jóvenes.
Por desgracia, muchas veces renunciamos a esta exigente tarea de revisar nuestros mapas y nos entregamos por entero a resolver las urgencias inmediatas del mundo. De esa forma nuestro mapa, nuestra comprensión del mundo y de nosotros mismos, queda infantilizado, simplificado, muerto, reduciendo nuestra vida a muy pocas variables y haciendo imposible no ya resolver muchos de nuestros problemas, sino, incluso, adquirir conciencia de los problemas que tenemos.
Dice Aristóteles en la primera frase de su Metafísica que “Todos los hombres desean naturalmente saber”. Y creímos que hablaba de cosas abstractas y sesudas. En realidad, quería recordarnos que todos los seres humanos somos exploradores y que la forma y la densidad que adquiere nuestra personalidad viene determinada por nuestra elección y compromiso con los territorios que exploramos.