ANÁLISIS DE SOCIEDAD
8 de marzo
Por Almudena Hernández2 min
Sociedad03-03-2015
Hay 365 en todo el año, 366 si éste es bisiesto, pero el 8 de marzo es el elegido para pintarlo de rosa y gritar a los cuatro vientos que las mujeres somos más listas, más capaces, más trabajadoras y más merecedoras de las cosas buenas que la otra mitad de la sociedad. Pero no: no es que las mujeres seamos más listas y más sobresalientes que los varones en muchos ámbitos (aunque sea verdad no reconocida en muchas situaciones y en otras tantas sienta vergüenza ajena con alguna), sino que lo triste es que aún hoy, a estas alturas del 8 de marzo de 2015, ser mujer implique un riesgo, una desventaja, un escalón por debajo.
Aunque la sociedad española tenga muchos avances que celebrar en lo que dicen que es la igualdad y aunque el famoso techo de cristal se vaya rompiendo poco a poco, aún muchas mujeres siguen siendo consideradas únicamente como un objeto sexual, un trabajador de segunda y un ser humano al que dominar. No nos engañemos. La realidad está ahí y las reivindicaciones tienen base.
Debe de ser que única gran diferencia que nos define respecto a los hombres, la de parir, será tan sublime que por eso tenemos que jugar en la liga de segunda para compensarlo. Debe de ser que la herencia cultural de siglos nos ha provocado una especie de síndrome de Estocolmo del que somos incapaces de despegarnos. Debe de ser que por eso tratamos de ser supermujeres, máquinas perfectas en casa, en el trabajo y en la sociedad (el gran timo de nuestro tiempo), pero no se nos ocurre mejor modo que tomándolo como una guerra contra todos y cada uno de los componentes de esa otra mitad de la sociedad. Debe de ser que no lo conseguimos porque quizás nuestro gran error haya sido buscarlo como lo harían los hombres y no como deben luchar por sus derechos el común de las personas.
Por eso, mientras haya una sola razón de desigualdad que haga daño a una mujer por razón de su sexo; una niña que por serlo no pueda ir a la escuela; una jovencita acosada u obligada a un matrimonio; una mujer violada; una trabajadora discriminada; una madre perjudicada en algún ámbito de su vida por el gran acontecimiento de dar lugar a una vida o una anciana abandonada a su suerte porque nadie la mantiene, habrá que seguir exagerando, gritando a los cuatro vientos y pintándolo todo de rosa. Y eso que una cree que los derechos comienzan en las personas, que el feminismo debe contar con los hombres y que en la batalla entre hombres y mujeres debe ondear siempre la bandera blanca. Rosa no, pues anda que no se las trae el puñetero color, sobre todo de cara al ocho de marzo.
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Almudena Hernández
Doctora en Periodismo
Diez años en información social
Las personas, por encima de todo