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IMPRESIONES

Tolerancia y sensibilidad

Fotografía

Por Álvaro AbellánTiempo de lectura3 min
Opinión09-02-2015

Un mes después del atentado terrorista contra Charlie Hebdo me animo a compartir contigo algunas ideas que sin duda hubieran sido malinterpretadas entonces, y que igual siguen siéndolo ahora. En realidad no quiero hablar del atentado, sino de por qué no pude escribir sobre esto entonces, sabiendo que no era el momento adecuado y que, quizá, por desgracia, para muchas personas, nunca llegue ese momento.

Uno de los eslóganes que hizo fortuna en pocas horas fue el de “Yo soy Charlie Hebdo”. La razón es clara: queremos solidarizarnos con las víctimas; es más, sabemos que todos somos potenciales víctimas de un fundamentalismo irracional que no tolera la discrepancia. También, muy pronto, surgió el eslogan “Yo no soy Charlie Hebdo”. Un segundo eslogan que, aunque acompañado –y precedido– de una condena clara de los atentados, quería subrayar otra forma de intolerancia, la de una revista satírica que no tolera que la religión –no el fundamentalismo, sino el mismo hecho religioso- sea concebida como algo sagrado. Muchos de quienes usaron este segundo lema fueron considerados filoterroritas por quienes no toleran un razonamiento matizado.

La tolerancia es un valor importante, definitorio de la identidad de Occidente, que aprendimos de los romanos y, sobre todo, de los primeros cristianos. En sus formulaciones negativas, tolerar significa “sufrir o llevar algo con paciencia”, es decir, “permitir algo que no aprobamos” o “respetar las ideas, creencias o prácticas de los demás cuando son diferentes o contrarias a las nuestras”. La tolerancia, es claro, no es un valor absoluto, y eso es lo que pretende reflejar otro eslogan, “tolerancia cero contra…”. Esta expresión marca un límite entre lo que podemos tolerar –aunque no lo compartamos o entendamos o incluso aunque sepamos a ciencia cierta que no es bueno- y lo intolerable, lo que no podemos tolerar bajo ningún concepto.

En Occidente tuvimos claro un día que los hombres han de ser capaces de gobernarse a sí mismos, creando juntos un espacio de convivencia para la estima mutua, el respeto y la colaboración, en el que poder desarrollar nuestra vida en plenitud. Ese es el sentido primario de lo que llamamos democracia y, para garantizar su buen funcionamiento, consagramos en nuestros ordenamientos jurídicos el derecho de la información y la libertad de expresión, para que nada importante que deba ser dicho y escuchado por todos se quede sin decir (y sin escuchar).

Esta primacía de la palabra y su especial protección nos obliga –quizá hasta gustosamente– a tolerar ciertos abusos en la libertad de expresión. Que alguien pueda expresar libremente una opinión contraria a la de la mayoría, sin que eso tenga consecuencias terribles para quien la expresa, es parte de la grandeza de Occidente. Ahora bien, una cosa es tolerar los abusos verbales y otra convertirlos en modelo. La tolerancia también debería orientar nuestra libertad de expresión, en el sentido de poder disentir de ideas o creencias ajenas a las nuestras sin estigmatizar, ridiculizar y marginar a quien las profesa.

Hasta ahora hablé de la tolerancia en su sentido negativo –permitir algo que no aprobamos–, pues por desgracia hoy, en Occidente, hablar constructivamente está mucho menos tolerado que hacerlo destructivamente. Sin embargo, la tolerancia tiene un sentido positivo y constructivo, precisamente por su referencia a valores superiores, como el de la sensibilidad por la verdad.

Si ser tolerante se redujera a ser permisivo con el otro, ser tolerante sería algo así como ser indiferente respecto de lo que haga el otro, salvo cuando me afecte a mí gravemente –que es cuando surge el grito de ¡tolerancia cero! –. Por eso, en su sentido fuerte, ser tolerante significa estar decidido a colaborar con el otro –el que piensa, cree y siente algo diferente o contrario a lo que pienso, creo y siento yo– en la búsqueda común de la verdad. Porque él me importa tanto como yo y porque yo no tengo la verdad absoluta. Estas dos últimas ideas están también en la base de una sana democracia y sólo desde ellas podremos, occidentales y orientales, ateos, agnósticos, cristianos y musulmanes, nativos e inmigrantes, hacer frente, juntos, a todos los fundamentalismos del terror.

Fotografía de Álvaro Abellán

$red

Doctor en Humanidades y CC. Sociales

Profesor en la UFV

DialogicalCreativity

Plumilla, fotero, coach